ABC 18.03.09
Hay fechas cuyas
consecuencias parecen escritas en el agua y en lengua que no entendemos. Hasta
que su generación se despide. Pasa con el 1929 en Alemania. Lo recuerda el
semanario Die Zeit, ese que edita aún el más grande de los alemanes vivos,
Helmut Schmidt. El excanciller socialdemócrata, azote del cretinismo de la
izquierda, es mayor. Ahora ha cumplido, este lúcido fumador, los noventa. Él es
único. Pero la generación del 29 es especial. Ahí están entre otros, tres
pensadores y escritores sabios como Ralf Dahrendorf, Jürgen Habermas y Hans
Magnus Enzensberger, una poetisa total, Christa Wolf, la Ajmátova alemana -sólo
equiparable a Ingeborg Bachmann, tres años mayor-. Y los genios de la palabra
escrita que eran Walter Kempowski y Heiner Müller. ¿Por qué ese año? Son bromas
de la vida. Nacieron todos demasiado tarde para ejercer como líderes o
intelectuales en la Alemania nazi. «Die Gnade der späten Geburt» es el don del
nacimiento tardío que impidió la tentación de implicarse en aquella orgía
criminal en busca de la gloria que a tantas mentes excelsas hundió para
siempre. Nació tarde para el gran pecado. Pero la generación de 1929 nació a
tiempo para vivir conscientemente la tragedia hasta su terrible final. Estos
hombres y estas mujeres recuperaron para Alemania y Europa un estoicismo sobrio
y sabio que nada tiene que ver con el fatalismo de sus mayores, abocados a la
tragedia. Y tampoco con el cinismo de los más jóvenes que acabó nutriendo un
izquierdismo que recurrió al terrorismo, al nihilismo o la beatería
sesentaiochista. Su sino lo determinó la fecha. Fragilidad del destino.
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