ABC 20.11.08
MI querido y admirado amigo
Adam Michnik ha escrito mucho de los héroes de la lucha contra el totalitarismo
comunista que surgieron cuando el comunismo ya se había hundido y no tenía
quien lo defendiera. Adam, seguramente uno de los espíritus más libres, dignos
y cultos de Europa, empezó a conocer la cárcel cuando aun no había cumplido los
veinte años. Cuando todo el mundo -y hablamos realmente de todo el mundo, este
y oeste, norte y sur-, daba por hecho que el comunismo se había impuesto en
media Europa y otras partes del globo para quedarse como sistema incuestionado
hasta el final de los tiempos. Eran tiempos en los que el determinismo
histórico era dueño de la geopolítica pero también de las mentes de las
víctimas de la dictadura comunista en países que yo habría de recorrer con
asiduidad y conocer en profundidad en las décadas siguientes. En 1976 pasé un
par de semanas en la casa de Ferenc Rako en Budapest, en la calle Nepfürdö 34.
Este obrero fue de los primeros beneficiarios húngaros de los Acuerdos de la
Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de Helsinki en 1975.
Gracias a aquella distensión, consiguió un permiso para ir a visitar a su
hermano que vivía en Suecia desde la revolución de 1956. A la vuelta
coincidimos en el tren de Viena a Budapest. Hablaba ese alemán de acento magyar
que tenían antes los leales ciudadanos de Austro-Hungría. Cuando llegamos a la
capital húngara me había invitado a pasar el tiempo que quisiera en su casa. Al
despedirme, después de gozar de su infinita hospitalidad, le ofrecí al viejo
Rako y a su familia que vinieran a España. Su respuesta fue lapidaria y me
acompaña desde entonces como lección de que la historia puede rápidamente
salirse, para bien y para mal, de los raíles que creemos inamovibles y únicos. «Querido
Hermann, no creo que sea posible salvo que España se haga comunista». Quiero
con esto ilustrar que eran años sin la mínima esperanza de que el comunismo
cediera. Pese a ello, grandes hombres, desde Sajarov a Soljenitsin, desde el
propio Michnik a Havel o al inolvidable Geremek, luchaban contra una dictadura
monstruosa e implacable sin más armas que su palabra y su compromiso con la
verdad. Ofreciendo vida, salud y bienestar. Cuál sería nuestra sorpresa cuando,
después de que el comunismo acabara en la basura de la historia, surgieron como
furibundos anticomunistas los sicarios más obedientes, los súbditos más
anodinos, los palanganeros más obsequiosos del poder. A Michnik le hacen
gracia. A mí, será el carácter, me sigue produciendo náuseas. Allí como aquí.
Ahora, con los nietos zapateriles, nos salen los héroes de la resistencia
póstuma a Franco y son los obedientes, sicarios, súbditos, anodinos,
palanganeros, obsequiosos y cobardes de siempre. Los que disfrutan escupiendo a
un busto o a la lápida de un dictador que no tenía que hacer nada para
mantenerlos a todos paralizados de miedo. Tienen el carácter del pringue, el
discurso jactancioso, el cálculo sinuoso del que nunca quiere osar en contra de
su conveniencia. Son nuestros héroes antifranquistas del nuevo régimen. O han
tardado tres décadas en estar seguros de que su osadía no conlleva riesgos o
acaban de darse cuenta de que pueden sacarle partido. Michnik se ríe de ellos.
Yo también los desprecio.
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