ABC 08.01.09
EL presidente de los Estados Unidos, George Bush, ha
invitado a comer a sus tres antecesores vivos con el presidente electo, Barack
Obama. Sin entrar en hacer balance sobre la gestión de todos ellos sí se puede
decir que dos son inmensamente aburridos y dos francamente divertidos. Los
primeros son el patricio George Bush padre y el granjero millonario Jimmy
Carter. Son los dos que no pudieron renovar su mandato. Los otros dos son el
golfo irredento de inmenso talento que es Bill Clinton y el golfo en esfuerzo
permanente de redención que es el presidente saliente George Bush junior. Ya
sabemos que en este país, en España, donde los «odiadores» vocacionales han
asumido la hegemonía moral y la supremacía mediática, los presidentes de
Estados Unidos han de ser valorados según las simpatías de que gocen en los
abrevaderos de opinión de lo que llaman las fuentes del progresismo. Pero
viendo las caras de los cinco presidentes sonrientes y satisfechos de compartir
mesa da la impresión de que les importa muy poco lo que por aquí piensen de
ellos. Los protagonistas de más de un cuarto de siglo de historia del poder
supremo de la máxima potencia compartieron mantel para hablar del presente y el
futuro, para dar consejos al que ahora llega y valorar consecuencias de los
hechos dirigidos o inducidos por los que ya se han ido. Cinco hombres muy
distintos todos ellos, opuestos en parte radicalmente en sus opiniones,
carácter y biografía se han hecho una foto de familia que muchos en esta parte
del mundo son incapaces de entender en todo su profundo y valioso significado.
Es un
hecho trágico aquí en Europa -que nuestra larga historia hace irrevocable y
posiblemente por desgracia inamovible- que las instituciones y las leyes estén
siempre bajo sospecha. Lo están porque la memoria larga nos recuerda que las
leyes eran impuestas por déspotas o tiranos, por poderes más o menos crueles o
compasivos pero siempre lejanos. De ahí la vulnerabilidad de nuestras
instituciones y leyes y el desafecto manifiesto que muchas veces se fomenta
incluso desde los cargos que las representan y han jurado defenderlas. La
magnífica fotografía que hoy ven en portada de ABC y que parte de una
iniciativa del nuevo presidente es la rotunda manifestación de una voluntad de
continuidad, de respeto al magnífico pasado de esa gran nación que los cinco
han dirigido, dirigen y dirigirán. Que han representado con el profundo orgullo
de dirigir una sociedad libre de la que jamás nadie ha huido por sus creencias
ni convicciones y a la que millones quieren acudir para lograr la prosperidad
soñada para sus hijos y nietos. Pese a todos los defectos que en una sociedad
humana pueda haber. Esta fotografía capta la continuidad institucional de
hombres distintos que tienen un objetivo supremo que es la defensa de su patria
y que relega todas las demás consideraciones a un papel secundario. Es la
imagen del mayor logro de una inmensa organización social que ha logrado
prevalecer por encima de las pasiones humanas y las ambiciones personales. Es todo
un símbolo de la generosidad, la grandeza y la buena fe que se basan en el
respeto a las instituciones y a los hombres y sobrevuelan toda la mezquindad,
rapiña y sectarismo que tan fácilmente se adueñan de otras naciones.
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