ABC 18.10.08
El crítico literario Marcel
Reich-Ranicki, el gran gurú de la literatura en Alemania, es célebre por su
pluma acerada y su mal humor. En los últimos cuarenta años se ha permitido
despedazar libros de todos los grandes escritores de lengua germana. Ha lanzado
al éxito a muchas obras y escritores pero probablemente ninguno haya salido
siempre ileso de la implacable opinión de este judío germano-polaco. Salvo su
adorado Thomas Mann. Durante años, Reich Ranicki ha decidido la suerte de las
novedades editoriales desde su atalaya en el programa «Literarisches Quartett».
La televisión pública decidió por ello este año sorprenderle con el Premio de
la Televisión Alemana en una ceremonia de gala, quizás menos sectaria que las
que se celebran por estos lares, pero igual de insufrible. La cuestión es que
cuando se anunció el premio, Reich Ranicki subió indignado al escenario a
anunciar que no aceptaba un premio que se ha concedido, en pasadas ediciones y
también en ésta, a lo que denominó «toda esa basura televisiva». El debate
estaba servido y salvo de la crisis no se ha hablado de otra cosa en la pasada
semana que de la calidad de la televisión. Confieso mi simpatía por este hombre
tan antipático. Aun consciente de que, si por Reich Ranicki fuera, en la
pública sólo se emitirían filmaciones de Hamlet y Macbeth y recitales de poemas
de Brecht y Bachmann. Salvo en el caso de una dotación persuasiva, hay premios
que da apuro compartir con ciertos personajes. Ya no se trata de exquisiteces.
Se trata de evitar ciertas compañías atroces. Hilde Spiel, la gran dama de la
literatura austriaca, escribió que lo peor que puede pasarle a una generación
culta es ver como su juventud es difamada y falseada por las posteriores. Es
posible que el «share» sea hoy ya incompatible con la decencia intelectual.
Pero entonces mejor no intenten agasajarlos juntos.
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