ABC 05.03.09
LA fiesta de paseíllos ante las Cámaras permanentes frente a
la sede de la Audiencia Nacional en Madrid no se ha acabado con las elecciones
habidas en Galicia y el País Vasco. Es una de las formas más modernas que hemos
instaurado en nuestro país, desde hace ya años, para la denuncia pública y la
liquidación social, en sustitución de la picota. Sigue llegando gente, acosada
por becarios mal pagados que se pegan por meterle el micrófono en la boca al
maldito. Las preguntas suenan ya como las que espetan otras becarias a los
famosos, famosillos y víctimas de aquéllos, en las estaciones de tren, en los
aeropuertos o en el propio portal de su casa. «Pero Chiqui, ¿por qué no te
reconcilias con Chioni? ¿Juani, eres feliz ahora que Pelu ha dicho que Tati es
una puta? ¿Caqui, no te hiere saber que Pupa dice que eres un impotente y que
te gusta jugar con niñas? ¿Volverás con Torolu o es un amor imposible?»
Nauseabundo
periodismo dirán algunos. Pues los hay que lo superan. Después de los últimos
pasos en la interminable historieta judicial de nuestro país -ayer el anuncio
de la fiscalía anticorrupción de que no ve indicios contra ningún aforado del
Partido Popular-, creo que gran parte de los españoles estarán de acuerdo en
que quizás los hooligans de la prensa del corazón son auténticos caballeros y
grandes damas comparados con lo que repta por cierta prensa escrita
dignificada. Pero la prensa al fin y al cabo es un producto que los ciudadanos
aún libres pueden comprar o no, por propia elección. Los quioscos están llenos
de publicaciones y si a alguno ya le da vergüenza que le vean con algún
periódico que aún insiste en leer, siempre puede comprar una revista
pornográfica para ocultarlo cuando pasea.
El
problema por tanto es menos de la prensa amarilla o verde o cada vez más
chiquilicuatre que de un producto intangible muy importante para la calidad
democrática de nuestro estado y nuestra sociedad y que los españoles no podemos
elegir. Es un producto tan valioso que de él depende nuestra vida, hacienda y
libertad. Puede proteger y hacer el bien en defensa de las víctimas y los
ofendidos y de los débiles ante el abuso. Pero puede hundir a individuos
inocentes, sembrar discordia y desgracia en sus familias, generar oleadas de
difamación impune y finalmente liquidar la confianza y la fe misma de los
individuos en los mecanismos de nuestra organización social. Es la justicia,
nada menos. Por eso es una tragedia además de un espanto que miembros de la
justicia se comporten como la prensa supuestamente seria y ya definitivamente
convertida en panfleto utilitario y mucho peor que los pobres becarios de la
encanallada basuraza periodística televisiva. Por eso es además inmensamente
peligroso para la democracia que miembros de la justicia en muy altos cargos y
con más excelsas ambiciones, compitan con los becarios -y becarias, perdón- en
su denodada búsqueda de un lugar al sol y un nuevo favor del poder sin reparar
en tropelías o miserias.
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