ABC 01.04.09
No es, por supuesto, un divertimento saber que nuestras
instituciones se van a la mierda. Los hay entre nosotros tan preocupados por
nuestro tejido institucional y también el legal que nos preocupamos y sufrimos
incluso cuando las víctimas inmediatas del desmoronamiento son sus directos
responsables, miembros de la secta tontiloca. Están demoliendo sin cesar, sin
pausa, sin mayor aspaviento, las instituciones y organizaciones cívicas que los
españoles han construido a partir de las cenizas durante décadas. Durante
generaciones. Las están arrastrando por el lodo, despojándolas de dignidad y
ridiculizando en su perfecta orgía del «aquí no pasa nada». El escándalo es
mayúsculo. La vergüenza, infinita. Su repercusión es nula. «Aquí no pasa nada
nunca» y todo será «como sea».
El
problema está en que la calle lo acusa. No sé si les han insultado alguna vez
en un paso de peatones. La primera vez que te llaman «hijo de puta» y te desean
que seas deportado cuanto antes impresiona. El primer día que te llaman
fascista cruzando una calle y te desean que terroristas palestinos te pillen
cuanto antes, molesta. Cuando no te ha pasado nunca y siempre has sido un
defensor de tus ideas, te llaman «nazi cabrón» en una esquina y te planteas en
qué has ofendido a la gente para que te trate así por la calle. Empiezas a
pensar en la razón por la que no estás ya seguro entre la gente. Y piensas ante
todo en cómo hemos llegado tan lejos. En cómo han conseguido los peores
hacerles con los argumentos. Y cómo los peores, los que nunca arriesgaron nada,
han podido imponer con tanta violencia sus criterios al público. Lo cierto es
que impuesta la selección negativa, lo único seguro ya es el miedo.
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