ABC 09.12.08
«IGUALDAD animal, somos diferentes pero iguales», reza el
muy ocurrente lema de la camiseta azul. La luce un jovencito rubio bien
alimentado, con cara compungida, pero consciente de su momento de gloria como
protagonista de la fotografía. Porta en sus manos un gato con pinta de estar
muerto. Otros jóvenes le siguen con otros cadáveres animales, alguno de ellos,
se intuye, despellejado. Dicen haberlos sacado de granjas donde, lamentan, «se
ejerce una continua explotación por parte de los humanos». Exigen «un trato
justo e igualitario para todos los animales». El redactor del texto bajo la
foto debió de sentirse tan conmovido que le salió un título de auto
sacramental: «Muerte para defender la vida». Todo el día insultando al cardenal
Rouco y en cuanto bajan la guardia les sale de dentro el cristiano viejo que
tanto odian. Aunque sólo les pase cuando se refieren a gatos, toros o, quizás,
a linces no natos. Han de gozar al menos de tanta protección como los linces
inexistentes de la Comunidad de Madrid. Los humanos han de volcarse en su
protección. Y nadie se atreverá, digo yo, a discriminar entre visones, linces,
gatos, ratas o hamsters. ¿O si?
No insistiré en los aspectos más paradójicos de esta imagen,
empeñada en mostrarnos la condición indiscutiblemente sagrada de la vida de
todos los animales que no seamos nosotros. Sobre todo cuando se insiste en que
todas las bestezuelas del mundo debemos ser tratadas igual. Nos vienen
insistiendo desde hace mucho tiempo en que, mas allá de todas nuestras caducas
supersticiones, el ser humano es un animal más, que lee algo y piensa a veces.
Como estas dos actividades están en franco retroceso, encontrar las diferencias
entre este gato poco fotogénico y las víctimas de Mengele resulta, al parecer,
cada vez más difícil para estos chiquillos. Por eso, porque las injusticias que
se producen en las granjas de crías de conejos son tan aberrantes, tenemos los
sentimientos algo romos en esta sociedad. De ahí que sea un acto económico o
pecuario muy razonable la trituración de un niño nonato de siete meses o darle
matarile a un anciano por sus pocas posibilidades de volver a correr una
maratón.
Pero les confieso que lo que más me ha preocupado al ver tan
conmovedora escena de hermandad/igualdad entre joven vivo y gato muerto es el
grado de acuerdo con el lema de la manifestación de los dos animalillos. Yo
jamás podré escribir un guión de éxito para el cine español porque no me ha
violado ningún cura y nunca me han obligado bajo torturas en el cole a cantar
el «Cara al sol» -ni siquiera en casa, como a tanto antifranquista hoy
hiperactivo-. Puede que, por ello, haga alguno sobre la igualdad de los humanos
con los gatos, conejos y corderos y cerditos. Y eventuales cruces con lince.
Cobardes, listillos y con vocación a vivir en granjas. ¿Quién le habrá dicho al
rubito que los animales sufrían donde estaban? Mi guión sería un plagio. Pero
de actualidad muy cruda, animal.
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