ABC 20.03.09
ESTE Gobierno lleva ya cinco años jugando con el prestigio,
con la respetabilidad, la autoestima, la economía y la seguridad interna y
externa de nuestro país. Por eso no debiera extrañar a nadie ya ni un disparate
continuado como son la política territorial o la económica ni un exabrupto
demoledor para nuestros intereses a largo y corto plazo. En la categoría de
estos últimos entra, con escaso honor y muy poca gloria, el anuncio hecho ayer
por la ministra de Defensa, Carmen Chacón, de que España vuelve a desertar, sin
aviso previo como suelen hacer los desertores, de una campaña militar común con
sus aliados. Esta vez es de Kosovo. El Ejército español deja en la estacada a
todos sus aliados presentes en Kosovo y se viene a casa. El Gobierno de España
como gusta llamarse de un tiempo a esta parte en sus promociones publicitarias
y su agitación propagandista, todas pagadas por el cada vez más exhausto erario
público ha decidido «pirarse» -como diría un sorchi en el frente- de una de las
regiones en la que Europa entera se juega su estabilidad, la seguridad y la
paz. Lo hace después de una larga retahíla de manifestaciones de incompetencia,
necedad y falta de criterio e información en la región. Hoy dan ganas de llorar
una vez más, sin apenas consuelo, por los magníficos soldados españoles que se
han dejado la vida en los Balcanes. Y por todos los hombres y las mujeres de
nuestro Ejército que han estado allí desde hace más de década y media y han
dejado una huella indeleble de valor, gallardía y honor, ellos sí muy
conscientes de su papel en la Defensa de la seguridad y los intereses de su
patria que muchas veces se dirime tan lejos de sus fronteras. La grotesca
estampida que ha anunciado la ministra de Defensa y que ha caído como una bomba
en el Cuartel General de la OTAN, y en los Gobiernos y mandos de los otros
ejércitos allí presentes que se creían aliados nuestros, tiene por supuesto
unos antecedentes políticos. La majadería de nuestros gobernantes de izquierda
y derecha habían llevado a interpretar la tragedia de Kosovo en clave interna
española. Nuestros políticos ignaros habían llegado a la conclusión de que
defender el espanto consumado de la soberanía de Serbia sobre Kosovo venía a
ser parte de la defensa de una cohesión española que, por otra parte, dinamitan
ellos un día sí y al otro también. Nuestro Gobierno, cautivo de su primitivo
universo sentimental izquierdista, se nos convirtió en defensor de un país que
ya no existía y en firme opositor a una independencia de Kosovo que habían
dictado las armas, las vidas y las muertes. La historia para Zapatero y su
gente es una casa de muñecas. Las armas habían dictado en su día que Königsberg
(Kaliningrado), Posen (Poznan) o Breslau (Wroclaw) nunca volvieran a ser
alemanas, pese a la tragedia que aquello supuso para esta ciudad y sus
habitantes. Después de lo sucedido en Kosovo, nadie mínimamente informado podía
abogar por su permanencia bajo ningún tipo de soberanía serbia. Y los 22 países
de la Unión Europea y los 52 del mundo que han reconocido la independencia
irreversible del Kosovo se lo podían haber explicado muy bien a toda la tropa
de catetos que niegan por intereses mediopensionistas que la historia haya
existido. Y a los peores disparatados que, en la absurda interiorización de los
peores mensajes de los nacionalismos periféricos españoles, creen adivinar
paralelismos entre Prístina y Vitoria. El ridículo auguraba daños. El disparate
es tan mayúsculo que es difícil de abordar sin caer en términos despectivos
mayores. La deserción como rasgo fundamental del carácter, la traición como
método, la mentira y la impostura como utillaje. Así estamos una vez más y no
notamos que otros sí lo notan. Tardaremos al menos una generación, en el mejor
de los supuestos, en reconquistar un prestigio, un respeto, la presunción de
decencia, que España se había labrado en las tres pasadas generaciones
políticas.
Pero
más allá de las falacias históricas y mentiras con que nuestros gobernantes han
tejido el mensaje que emiten a diario para explicarse a sí mismos y reinventar
el mundo, más allá de la basura semiculta con la que quieren promocionarse,
están los daños objetivos que los españoles habremos de comprobar, quizás, por
desgracia, en un futuro no lejano que nos atañe a nosotros, a nuestros hijos y
nietos. La Alianza Atlántica ha tenido siempre debates internos como a toda
asociación voluntaria de naciones libres corresponde. No pasaba en el Pacto de
Varsovia. Pero la OTAN nunca había tenido a un miembro que manifestara de esta
forma su tendencia a traicionar la confianza interna y la labor común. La
deserción está muy mal vista no sólo entre militares o entre caballeros.
También entre ciudadanos que creen tener un proyecto de vida en libertad común.
La confianza truncada es difícil de recobrarse.
En
España es muy posible que el escándalo del anuncio de la retirada unilateral de
nuestras tropas en Kosovo no tenga mayor repercusión en la opinión pública.
Estamos a lo que estamos y todos piensan que en estos momentos todo el mundo
tiene licencia para buscarse la vida como pueda. Pues mucho cuidado con eso.
Porque si los países bálticos, la región de los Balcanes y la propia
Centroeuropa tienen motivos para estar preocupados por su seguridad y su
entorno, los españoles deberíamos ser también conscientes de quiénes son
nuestros vecinos. Nosotros tenemos más necesidad que muchos otros de una
Alianza Atlántica que disuada de apetitos ideológicos, fanáticos religiosos y
territoriales a unos estados realmente fallidos que en estos tiempos de
inestabilidad y zozobra bien pueden verse tentados a la aventura. Cuando se
genere una situación de este tipo, y yo creo que puede producirse pronto,
nosotros pediremos a nuestros aliados una lealtad que cada vez será más difícil
de exigir. Porque nosotros la hemos dinamitado. En Kosovo no va a estallar la
guerra mañana. Aunque se vayan los españoles y dejen a sus aliados en la
angustia por cubrir todos los espacios que la deserción ha generado. Y que por
supuesto afecta a su seguridad. Pero el mapa de Europa y sus vecinos más
cercanos, en el Cáucaso, en Oriente Medio, en el Magreb, en el Sahel pero
también en Rusia, es complicado. Y si tuviéramos a algún dirigente con
sensibilidad para la historia y los mapas, quizás denunciara el alarmante hecho
de que las decisiones faldicortas que aquí se están tomando son torpedos
dirigidos hacia la línea de flotación del buque trasatlántico de la democracia.
Casi es lo de menos que el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer,
haya protestado por las formas en que España ha escenificado esta espantada. Aunque
está claro que en Europa y en general en el Occidente democrático y civilizado
rigen unas formas que esta tropa de socialistas de barrio que forman el
Gobierno de España ni entienden, ni conocen ni respetan. Lo que está claro es
que estamos ante un nuevo caso que demuestra el deterioro clamoroso de la
posición de España en el mundo. Las majaderías, mentiras y presuntuosidades del
presidente del Gobierno ya no causan ninguna sorpresa en Europa ni en el resto
del mundo. Lo que comenzó siendo sorpresa chocante y después estupor, hace
tiempo que se convirtió en certeza fuera de aquí. Es la convicción de que los
españoles somos gobernados por unos personajes que ni siquiera nosotros nos
merecemos.
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