ABC 03.02.09
DA gusto comer con buenas personas. Estarán ustedes de
acuerdo. Estamos tan hartos de compartir mesa con estafadores más o menos
brillantes, con chiquilicuatres, alabarderos menores de los peores rufianes o
con conspiradores de baja estofa que, sólo el hecho de tener un interlocutor
con probidad y decencia en sus juicios y relatos nos parece un lujo. Confieso
que es lo que sentí ayer en la comida del Foro ABC con Joaquín Almunia. Y mis
compañeros de mesa saben que soy poco devoto de nadie, con la salvedad de
Churchill, Chesterton, Francisco Eguiagaray y otros amigos de la sobremesa.
Juaristi hablaba el domingo de Thoreau, uno de los héroes de mi adolescencia.
Podría incluirlos a ambos en esa lista, al vasco y al americano indómitos.
Pero
más allá de nuestras pasiones, estamos bastante huérfanos de gente libre que
tenga vocación real de libertad en su discurso. Aunque sea con el desprecio a
veces necesario para las consecuencias. Hay que comprender por supuesto la
precaución lógica que la ética de la responsabilidad de un político con altura
moral se exige. ¡Faltaría más! La irresponsabilidad general de los tontilocos
que nos gobiernan nos lo recuerda todos los días. Pero se agradece en todo caso
-se lo agradezco yo personalmente a Almunia- que alguien en esta situación nos
ofrezca un cuadro general de la situación real que no sea desde un principio un
alarde de mentira chabacana.
Deben
ser la sinceridad y la honestidad intelectual de Almunia las que lo hacen
sospechoso ante la chusma. Debe ser su sincera preocupación por el bien común
de los españoles, hoy zarandeado por quienes agitan pasiones para ocultar sus
incompetencias y errores, la que incomoda a esa cúpula del Partido Socialista y
del Gobierno cuando no aparecen a una comida estelar con el comisario europeo
que viene a hablar de cosas que tanto importan a España. Está claro que tenemos
una secta en el poder en España que huye como de la peste de la probidad y la
decencia en el discurso público. El presidente del Gobierno es el primero que
huye de la verdad como si se tratara de una pandemia cuando en realidad nada
debe temer. La inmensa mayoría de los españoles tienen la misma enfermedad que
él y es la fobia y el miedo a la verdad. Cierto que millones de españoles ya no
digieren la comida ante tanta bazofia en los informativos con esas caras que
hablan de lo que no pasa. Pero también es cierto que todos esos millones no
hacen nada para levantar la voz ante tanta vileza y ante tanto sufrimiento que
acciones y omisiones del poder están provocando. ¿Se lo merecen? Rotundamente
no. Nadie se merece el daño que se ha generado a tantos, en tan poco tiempo,
con tanta intensidad. Ningún gobernante lo ha conseguido en tiempos de paz.
Almunia estuvo inmensamente prudente. Discreto y bilbaíno. Pero nadie que ayer
estuviera en la comida de Madrid pudo pasar por alto su voz de alarma.
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