lunes, 14 de julio de 2014

ALMUNIA EN EL CASINO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  03.02.09


DA gusto comer con buenas personas. Estarán ustedes de acuerdo. Estamos tan hartos de compartir mesa con estafadores más o menos brillantes, con chiquilicuatres, alabarderos menores de los peores rufianes o con conspiradores de baja estofa que, sólo el hecho de tener un interlocutor con probidad y decencia en sus juicios y relatos nos parece un lujo. Confieso que es lo que sentí ayer en la comida del Foro ABC con Joaquín Almunia. Y mis compañeros de mesa saben que soy poco devoto de nadie, con la salvedad de Churchill, Chesterton, Francisco Eguiagaray y otros amigos de la sobremesa. Juaristi hablaba el domingo de Thoreau, uno de los héroes de mi adolescencia. Podría incluirlos a ambos en esa lista, al vasco y al americano indómitos.

Pero más allá de nuestras pasiones, estamos bastante huérfanos de gente libre que tenga vocación real de libertad en su discurso. Aunque sea con el desprecio a veces necesario para las consecuencias. Hay que comprender por supuesto la precaución lógica que la ética de la responsabilidad de un político con altura moral se exige. ¡Faltaría más! La irresponsabilidad general de los tontilocos que nos gobiernan nos lo recuerda todos los días. Pero se agradece en todo caso -se lo agradezco yo personalmente a Almunia- que alguien en esta situación nos ofrezca un cuadro general de la situación real que no sea desde un principio un alarde de mentira chabacana.

Deben ser la sinceridad y la honestidad intelectual de Almunia las que lo hacen sospechoso ante la chusma. Debe ser su sincera preocupación por el bien común de los españoles, hoy zarandeado por quienes agitan pasiones para ocultar sus incompetencias y errores, la que incomoda a esa cúpula del Partido Socialista y del Gobierno cuando no aparecen a una comida estelar con el comisario europeo que viene a hablar de cosas que tanto importan a España. Está claro que tenemos una secta en el poder en España que huye como de la peste de la probidad y la decencia en el discurso público. El presidente del Gobierno es el primero que huye de la verdad como si se tratara de una pandemia cuando en realidad nada debe temer. La inmensa mayoría de los españoles tienen la misma enfermedad que él y es la fobia y el miedo a la verdad. Cierto que millones de españoles ya no digieren la comida ante tanta bazofia en los informativos con esas caras que hablan de lo que no pasa. Pero también es cierto que todos esos millones no hacen nada para levantar la voz ante tanta vileza y ante tanto sufrimiento que acciones y omisiones del poder están provocando. ¿Se lo merecen? Rotundamente no. Nadie se merece el daño que se ha generado a tantos, en tan poco tiempo, con tanta intensidad. Ningún gobernante lo ha conseguido en tiempos de paz. Almunia estuvo inmensamente prudente. Discreto y bilbaíno. Pero nadie que ayer estuviera en la comida de Madrid pudo pasar por alto su voz de alarma.

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