ABC 12.02.09
HABRÁ quien piense que Joseph Roth se fue de Berlín y se
despidió de Austria para irse a morir a París por vicio o capricho. No fue así.
Nuestro querido Roth, mucho más viajero que su alma gemela y copa contigua, el
entrañable Peter Altenberg, se fue a París a morirse de asco. Cierto es que
para consumar su propósito utilizó la absenta. Pero sólo porque los periódicos
de la época no le valían como dosis definitiva. Y porque no existía Youtube ni
internet para hacer memoria inmediata. De existir, le habrían sobrado. Y se
habría ahorrado las copas. Roth se fue de viaje hacia la muerte por asco a la
marea de zafiedad violenta y obscenidad moral que, desde el este, había
irrumpido en Rusia, en Alemania y a la postre en su amada Austria. Cuando los
fiscales y los jueces se unieron a los banqueros e industriales para jalear a
la chusma ideológica de la peste parda o roja, las almas más avisadas se dieron
a la fuga. Las que no lo hicieron lo pagaron más tarde. Nuestro santo bebedor
que había llorado en bellísimas páginas el desmoronamiento del orden que exigía
tan solo un poco de honestidad y salubridad, un poco de sentido común en las
relaciones humanas, prefirió morir a comer de la basura que se venía encima.
Decenas de millones murieron en aquella inmensa marejada de basura que nos
trajo la primera mitad del siglo veinte en Europa. Y quienes sobrevivieron lo
hicieron en un miedo que aun hoy espanta en sus testimonios que tienen sus
cimas en Vassili Grossman o Boris Pasternak, en Víctor Klemperer o Joachim
Fest, en Mijail Sebastian o Jorge Semprún.
Les
confieso que me produce más ira que miedo -y éste no es poco- ver como algunos
de los pasos fundamentales en la destrucción de la convivencia se producen de
nuevo. Y como el odio y la manipulación del resentimiento vuelve a ser el arma
efectiva de los peores. Como la infamia vestida de benevolencia se adueña, una
vez más, del discurso público. Se reaviva la náusea que Joseph Roth o Stefan
Zweig sintieron al ver hundirse ante la indolencia e ignorancia general los
proyectos de vida en libertad y decencia del sujeto sacro que es la persona.
Produce indignación y pavor que vuelvan los ya citados correajes. Y que tengan
predicamento en gente joven. Y produce espanto saber que hay de nuevo una
jauría suelta que busca, localiza y tiene vigilados a quienes, como Joseph Roth
y millones más, tienen dudas y disienten. Resulta tenebroso saber que tras
sonrisas de «Joker» hay personajes que aplauden o justifican aventuras pasadas
que fueron matanzas, jalean a asesinos de antaño en Paracuellos, a dictadores
del presente en Cuba, o a fanáticos hiperactivos en Gaza. Creen realmente que
los humanos somos en el mundo piezas intercambiables en un gran campo de
experimentación.
Pero
dejémonos de literatura barata. Volvamos al feliz presente. Dice el presidente
del Gobierno de España que la victoria está cercana. Y sus ministros, jueces,
fiscales, periodistas y banqueros asienten. Los demás, también, agradecidos o
asustados. Me permitirán que le deniegue tanto la lealtad como el afecto. Puestos
así, con Roth y la absenta.
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