ABC 11.11.08
EN Cataluña ya saben hoy muchos que el negocio requiere
sacrificios más allá del trabajo, el esfuerzo y la profesionalidad. Se requiere
adaptación. El régimen acaba de dar un nuevo aviso a todos los que pudieran
andar aún despistados. Las empresas de prensa, radio y televisión han de ser
precursoras en la comprensión e interiorización de las realidades del entorno.
Así lo entenderán los comerciantes, los funcionarios que aún no lo sepan, los
empresarios y los obreros no convencidos por sindicalistas pagados para ser
convincentes. Los catalanes lo van entendiendo. Hay que estar conectados a la
misma onda que el poder para no sufrir sobresaltos. Las disonancias son harto
perjudiciales para la salud, el patrimonio, la seguridad y por supuesto para la
armonía. Los alemanes lo aprendieron en los años treinta. Y después de la
guerra, los que tuvieron la poca fortuna de quedarse, nacer y crecer en la
República Democrática Alemana. En alemán hay términos tan afinados y afilados
que dan miedo. Uno de ellos es «gleichgeschaltet» (viene a ser algo así como
«conectados en la misma frecuencia»). Se empezó a hacer muy pronto. Y no
resulta muy difícil si hay medios y voluntad. Ya en 1933 -recuerdo que lo
relataba el inolvidable Joachim Fest, pero también Sebastián Haffner sabía
mucho al respecto- comenzaron los camisas pardas a corretear por los pasillos
de las redacciones. Entraban sin llamar a los despachos de los directivos y
responsables de opinión, política y cultura para recomendar lo que convenía
publicar y escribir si se valoraba la vida plácida y la nómina. Llegaban y
preguntaban a los venerables opinadores de la Frankfurter Allgemeine Zeitung
entonces si valía la pena la ridícula insumisión ante la «Gleichschaltung».
Pasó lo mismo en territorio comunista a partir de 1946. En los históricos
periódicos de Berlín, Leipzig, Halle o Dresde. Todos sabían lo que significaba.
No había que hacer proclamación pública de acuerdo. Bastaba con asumirla como
un hecho más de la realidad social. Evitaba problemas laborales y económicos,
sociales y de trato e integración de los hijos y la familia. Oponerse era
absurdo y desleal hacia el bienestar de los más cercanos. En Cataluña ya van
afilando el término. Nos lo cuentan Punto Radio y la COPE, además de todos los
empresarios que se resisten a ser felpudo de la Generalidad o La Moncloa.
El que
más desparpajo tiene en esto, no es sorprendente, es «el Putin de Iznájar»,
también conocido como el «Strelnikov de Sant Jaume». ¿Se acuerdan de
Strelnikov? El homo-soviéticus por excelencia. El aparatchik total. Más que
adalides de la cochambre política e intelectual, del resentimiento enemigo de
la libertad, el presidente de la Generalidad y su Gobierno son ya metáfora de
todo ello. Pero está claro que no basta con una pieza tan triste y menor para
explicar el inmenso desafuero. La vergüenza, el abuso y la cobardía tienen
muchos más nombres que explican tanto alineamiento (Gleichschaltung) en la
inagotable ofensiva contra la libertad en Cataluña y toda España.
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