ABC 11.06.09
NOS cuenta el bueno de don José Blanco, a la sazón ministro
de Fomento y en sus ratos libres demiurgo de Ferraz para desgracia de Leire
Pajín -el corrector siempre me pone Patín-, que sus revelaciones sobre el
número de policías que garantizan la seguridad del ex presidente José María
Aznar suponen en realidad una aportación a la tranquilidad del ex presidente.
Según nos cuenta ahora, la revelación de un secreto de especial relevancia como
la cifra de los hombres encargados de proteger al presidente puede tener
efectos disuasorios. Todos sabemos ya a estas alturas que José Blanco no es
tonto. Todo lo contrario. Si lo fuera no habría llegado con su bagaje general y
sus demás cualidades a mandar lo que manda y a ser temido, que, tengo la
impresión, es lo que más le gratifica de todo este negociado de la política.
Trajes aparte, por supuesto. Blanco es un hombre que ha logrado un poder
perfectamente inverosímil. A nadie puede extrañar que en su pueblo aun hoy casi
todos aun estén convencidos de que en lo del carretón de «blanquito» hay gato
encerrado. Pero el poder lo perciben en general sólo aquellos que se ven
directamente afectados por el mismo. Blanco necesitaba aura. Compensa malos
recuerdos de la niñez. Eso es lo que explica los trajes a medida que ahora viste.
Que no son de sastrecillo de medio pelo, como los que se han utilizado para
intentar descuartizar al Partido Popular en Valencia. Muy al contrario que su
jefe, cuyos trajes parecen cortados a hachazos por un campesino albanés, Blanco
ha mejorado espectacularmente su apariencia en todo lo que hace posible el
dinero y no requiere cirugía. Nunca se le confundirá con David Niven, pero sus
trajes no desmerecen.
Lo
cierto es que el buen vestir de Blanco, no necesariamente elegancia, puede ser
contraproducente. Para su seguridad . Por lo que le recomendamos disuasión.
Estoy seguro de que no considerará disuasorio que nadie publique la posición de
las garitas que pueda haber en torno a su casa en Madrid. Ni su
contravigilancia. O los sistemas de seguridad que tendrá en esa casa magnífica
de Villagarcia de Arosa, a pocos metros del mar. Para mayor gloria de la ley de
costas y de la justicia social que por fin hace vivir como ricos a quienes se
lo merecen desde hace siglos. Ahora el pobre Blanco sufrirá en sus propias
carnes el resentimiento de quienes no han tenido tanto éxito en sus vidas y ven
cómo les destruyen sus casas junto al mar, en las que viven desde hace décadas
o siglos. Con todo, Blanco no tendrá que preocuparse. Sospechamos que tiene
docenitas de policías dedicados a su tranquilidad. Aunque quizá también le
solucionen faenas domésticas o le lleven el gabán, la cartera y las bolsas de
la compra, como a la ministra de Defensa. Y cuando le tengan que proteger desde
el mar en Villagarcía, veremos si le ponen en la costa una zodiac o una
fragata. Pues con todo, yo pienso que los trajes son el mayor peligro. Con todo
el mensaje de la secta enfocado a culpar a la derecha, rica según ellos, como
aviesa culpable de la crisis, en un despiste de sus escoltas, resentidos
incontrolados podrían atacarle. Le ofrezco una solución disuasoria: átese un
pañuelo con cuatro nudos en la cabeza.
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