ABC 14.05.09
CON su habitual sorna,
comentaba el pasado lunes Alejo Vidal-Quadras en el «Diario de la Noche» de
Telemadrid que «las encuestas hay que tomarlas como lo que son, porque detrás
de ellas siempre hay gente bastante oscura». Entendí que se refería a que la demoscopia
política es un negocio que, como todos los negocios, suele adaptar lo más
posible sus resultados a los deseos y las órdenes del amo, es decir, del que
paga. En el caso del CIS, bajo la directa batuta de la vicepresidenta De la
Vega, el hecho ya resulta escandaloso por mucho que sepamos que en este país
nadie se escandaliza por nada. Viene esto a colación por la angustia que, tras
los Debates sobre el estado de la Nación, surge siempre en los esfuerzos
generalizados por determinar quién ganó la batalla retórica en el estrado.
¿Alguien cree realmente que en el debate del martes hubo un triunfador? En
ocasiones, el intercambio de golpes bajos, gracietas fallidas, tontunadas y
acusaciones pueriles por ambas partes, además de la voluntad manifiesta del presidente
de engañar a su rival, al hemiciclo y a la opinión pública, fue una reyerta
personal inserta en un mitin del presidente. Nadie hizo ayer un balance del
estado de la Nación que es el que notamos los ciudadanos día a día y los datos
nos confirman también de forma cotidiana e implacable. Si Mariano Rajoy intentó
en algún momento que lo fuera, el Trilero Supremo abortó de inmediato todas las
posibilidades. Todo el sentido común que lleve un Rajoy a una lucha verbal con
Zapatero siempre se topará con el muro infranqueable de quién tiene tanto
respeto a la lógica como a los ejercicios espirituales del cardenal Rouco.
¿Ganó Rajoy el llamado debate? Por supuesto que no. Por mucha razón y muchas
verdades que blandiera, tenía enfrente a un ser inmune a argumentaciones. Y
ducho en trampas y engaños como nadie en la historia de nuestra democracia.
¿Ganó Zapatero? Tampoco. El presidente tan sólo mostró lo peor de sí mismo,
como viene haciendo desde que la terca y trágica realidad española le ha cogido
la medida y le persigue sin pausa. El presidente no está acosado por una
oposición que sigue atenazada por su timidez y no se atreve a dar la batalla
general. No para rebatir las mentiras puntuales aunque sistemáticas del
presidente. Esas son obvias. Sino para cuestionar todo el perverso sistema de
la mentira estructural que ha impuesto la izquierda y que el PP parece haber
interiorizado. El hecho de que la sociedad civil española no tenga vitalidad ni
coraje para enfrentarse a este Gobierno tan desnortado como tóxico, no exime a
la oposición de la responsabilidad de denunciar este inmenso desafuero y
sinsentido que lleva al país a la ruina económica y moral. Aunque hoy los
tachen de antipatriotas y traidores, algún día, no lejano, los españoles
saldrán de su letargo y sabrán valorar a quienes hicieron frente a los que han
sumido al país en este lodazal.
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