ABC 27.05.09
Hablemos un poco de nuestros parlamentarios ahora que todos
miran con escándalo a Westminster. El hecho de que muchos de ellos fracasen
tan a menudo en su intención de llegar al Parlamento no revela sino el hábito
cada vez más extendido y cada vez más español de no cumplir con una labor cuya
retribución está asegurada. Quedaría feo hacer fichar a los parlamentarios y
encargar a unos ujieres que les entreguen su sueldo fraccionado al final de la
sesión. Pero lo cierto es que, junto a políticos decentes, trabajadores y
cabales que hay en todos los grupos parlamentarios, en la santa casa de nuestra
democracia se ha instalado una tropa de gañanes que no encontrarían jamás
trabajo de remuneración digna ni en las empresas de peor reputación. La culpa
está en los partidos y por supuesto en las listas. Los ejemplos de fulgurantes
carreras de personajes ignaros y vagos son muchos. Alguno de ellos hace ahora
historia debido a una concatenación de fatalidades.
A
muchos les habrá alegrado comprobar que en esto al menos España no es una
anomalía en Europa. El desenfreno inmoral descubierto en Westminster ha
provocado la ruptura más dramática entre representantes y representados en la
democracia más antigua -quizás la mejor- del mundo. El deterioro de los hábitos
de los parlamentarios ha dejado estupefacta y llena de ira a la sociedad. Y
aquello tendrá consecuencias muy serias. Por eso seguirá siendo aquella una
gran democracia. Mientras, aquí no pasa nada. Nadie espere cambios. Lo nuestro parece
irresoluble. No hay capital humano. Los malos hábitos se pueden corregir. La
catadura no. Por eso tenemos un parlamento -y como reflejo, un Gobierno- que
comienza a percibirse como desecho de tienta.
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