ABC 23.04.09
YO lo que les pido encarecidamente a todos los ciudadanos
españoletes que pagan ahora sus impuestos es que no fomenten el mal humor. Los
que lo hacemos -vive Dios que no es vocación- somos un poco canallas. Por eso,
porque soy un poco canalla, les transcribo parte de un editorial del The
Spectator -una revista inteligente de un país aún en gran parte libre-. «He cannot go on borrowing without
limit, amassing undreamed-of fiscal deficits in order to maintain inflated
levels of public spending. Indeed, the danger point is fast approaching at
which the gilts markets will no longer absorb the torrent of new debt, and an
IMF bail out will become a serious prospect». Se lo cuento en la lengua
que ya está proscrita en media España, en castellano: Si seguimos
endeudándonos, nuestros hijos y nietos estarán postrados muy pronto en la puta
miseria. Y lo van a pasar más que mal. Así de fácil es el inglés. Miren por
dónde. Lo arriba dicho en inglés y tan francamente traducido o destilado a
nuestra gloriosa lengua no es una deducción de gran ingenio. Es lo que en este
país se ha llamado desde siempre sentido común. Se puede sintetizar incluso
más. Viene a ser que el que la hace la paga.
Comprendo
que después de oír al presidente del Gobierno ayer en el Congreso de los
Diputados, haya suficientes españoles lo suficientemente asustados para pensar
que esto no puede ser cierto. Porque nuestro Gran Timonel da bastante miedo.
Desde luego a los suyos con mucho éxito. Y a los demás también con bastante
efecto.
Porque
mucho miedo da ese tontiloquismo con las cosas de comer que despliega el
personaje que ha sido elegido para ocuparse precisamente de las cosas de comer
de todos los españoles. Si fuera académico de las letras nos traería bastante
al pairo el vallisoletano leonés en el que prácticamente todo es mentira. Desde
su pasado y el pasado de sus mayores a sus aventuras y a sus facturas. Todo,
queridos amigos, es una inmensa farsa que los españoles se zampan con la
alegría que les es propia. Por eso el mal humor que fomentamos The Spectator, a
veces el The Economist -siempre tan mal aconsejado desde que murió mi padre-,
por supuesto yo y algún otro canalla reaccionario, es tan mal visto y digerido.
Piensa la inmensa mayoría de este país -nunca condenaré su optimismo insensato-
que mientras tengamos todos la peste los arreglos llegan solos. Con paciencia,
deudas y grandes dosis de buen humor. En el fondo, el Gran Timonel es el
reflejo de toda esta sociedad del buen humor que retoza por España a la espera
de tiempos mejores. En todo caso, el espectáculo que dio ayer en el Congreso de
los Diputados nos lo tenemos merecido todos. Los hay, por supuesto, que
sentimos vergüenza, propia y ajena, ante la charlatanería más propia del
presidente del buró político de una república comunista de medio pelo. Pero lo
terrible es que, en general, no escandaliza. Y debería dar más miedo ese
tontiloquismo enajenado. Debería aterrorizar a cualquier sociedad que se
considere medianamente sana.
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