ABC 25.11.08
¿IMAGINAN el goce que sentiría (la monja -santa para los
católicos- Maravillas) al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes,
armados y -¡mmmmm!- sudorosos? Eso es lo que se pregunta, textualmente, una
escritora del régimen en la contraportada de un periódico que aún se pretende
homologable a los productos civilizados de la prensa europea. No hace setenta
años. Fue ayer. Y esa contraportada la leyeron antes de ser publicada los
responsables de ese diario. Y no les pareció mal. Tampoco se molestaron cuando
la misma autora dijo que todas las mañanas desayunaba con ganas de fusilar a
algunos que escriben en otros periódicos. Ni les pareció mal que el historiador
irlandés de la zeja, Ian Gibson, confesara su íntima obsesión por poner una
bomba en la basílica del Valle de los Caídos. Queda elegantísimo eso de
manifestar que se levanta uno con ganas de quemar la iglesia de Los Jerónimos.
Y después, un par de fotografías con las momias de las tumbas profanadas y los
cristos mutilados al hombro. Fotos para un buen recuerdo. Mejores que la de
Carod Rovira y Maragall en Jerusalén con la corona de espinos, que es una foto
acomplejada y maricona. Gibson no parará hasta posar con la calavera -supuesta-
de García Lorca.
Lo
destacable en esta inmundicia es que hemos cruzado ya el Rubicón. A nadie
escandaliza que un periódico en España que se dice digno y de calidad publique
en su contraportada, desde luego como divertimento, una apología de la
violación de una monja, santa o no. Esto el día antes de la muy solemne
«jornada internacional contra la violencia de las mujeres», a la que dedican ya
páginas y que aprovechan las amigas de la patrona de los milicianos violadores
para clamar que todas las chicas son buenas y los maltratadores unos mierdas de
derechas. Porque los milicianos que violan a una monja son unos progresistas
magníficos que todos debiéramos sentar a nuestra mesa.
Tampoco
le ha escandalizado a esta prensa la chica castiza Almeida cuando se ha
mostrado partidaria de quemar, no ya el Corte Inglés, que es un buen
anunciante, sino los libros que expone y vende y que a ella no le gustan. Tan
antifascistas ellos que algunas hoguerillas de letra impresa les parecen mejor
que otras. Pero volvamos a la monja y santa Maravillas. Ha sido imposible poner
una placa en honor de esta mujer en el Congreso de los Diputados. Realmente no
creo que la necesite, ni ella ni quienes en ella creen. Y habría soliviantado a
los socialistas sensibles. Pero volvamos a nuestro país. Al país. Que ayer se
hace muy seriamente desde una tribuna privilegiada la siguiente pregunta:
¿Imaginan lo que disfrutaría esa monja si la violara todo un pelotón de
aguerridos soldados de nuestra república democrática impecable e impoluta? ¿Se
dan Ustedes cuenta qué juerga, para nosotros y para los demás? Todos ellos
sudorosos -¡mmmmmmm!- y estupendos luchadores a favor de la democracia y la
libertad de todos los seres humanos. Aquellos hombretones fraternales de la
izquierda progresista sólo violaban para hacer favores, nos dice Almudena. Una
santa laica más del país que parece añorar que se repita.
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