ABC 13.01.09
COMO estamos lejos de tocar fondo y los daños potenciales
son aún inmensos y prolongados en el tiempo, no viene al caso hacer balance del
paso por la presidencia del Gobierno del señor Zapatero en materia económica.
Aunque llegara al poder en pleno crecimiento económico y hoy nos asomemos al
peor abismo en tres generaciones. Aunque asumiera el cargo cuando se creaban
puestos de trabajo al ritmo diario en que hoy se destruyen. Aunque recordemos
que cuando pisó la Moncloa, España tenía la misma solvencia crediticia de
Alemania y hoy su diferencial de riesgo es de cien puntos. Nadie puede augurar
dónde y cuándo tocaremos la sima en el deterioro del bienestar de los
españoles. Ni cuánto tiempo reptaremos por ella.
Lo que
sí queda ya en evidencia es la situación en que van a estar los fundamentos e
instrumentos del Estado de Derecho cuando mayor sea la necesidad de invocarlos,
aplicarlos e utilizarlos para defender e intentar salvar la paz social, el
orden público, la seguridad jurídica, los derechos individuales, la propiedad
privada, en fin, por resumir, llamémoslo las libertades. Cierto que ya estamos
pagando estos años de masiva complicidad entre el zapaterismo y los
nacionalismos, esas otras fuerzas que también creen en la supremacía de la
ideología sobre el Derecho y las Leyes. La obscena presión sobre los jueces
-más bien intimidación de los mismos- en el juicio abierto y cerrado contra
Ibarretxe, López, Otegui y otros es un caso más. De momento de los más
escandalosos. Demuestra que para los actuales gobernantes «la supremacía de la
política» no es otra que la que evoca Ortega en Nicaragua. Hay diferencias de
intensidad, pero no de calidad ni de concepto. Según se agudice la crisis y la
presión haga saltar las costuras de nuestro maltrecho tejido social, los gobernantes
apremiados estarán cada vez menos preocupados por guardar las formas. La
agitación política y social que el zapaterismo y sus socios parecen dispuestos
a utilizar para evitar asumir responsabilidades por sus actos promete un
ambiente irrespirable. Y peligroso. Se les irá de las manos, como se les fue el
domingo la manifestación judeófoba, antioccidental y antisistema que patrocinó
el Gobierno contra Israel. No fueron Zapatero y Pepiño quienes atacaron con
piedras la embajada. Pero muchos dedujeron de sus palabras que había motivos
para hacerlo. Tampoco son ellos ni Montilla los responsables de las amenazas de
muerte a Pilar Rahola por defender a Israel. O los hostigados por otras causas.
Pero el clima de descalificación y hostigamiento a la oposición y al
discrepante que se extiende e intensifica es producto directo de su política y
su propaganda. El miedo a las represalias políticas, económicas o laborales por
parte del poder determinaba ya las conductas en varios cacicatos autonómicos.
Ahora el fenómeno es general. Y único en Europa. En un país sin oposición, unos
gobernantes tan resueltos e irresponsables casi garantizan que en épocas de
precariedad y angustia haya al final algo más que palabras.
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