ABC 28.10.08
EN ascuas estamos todos por saber si nuestro presidente del
Gobierno conseguirá estar el 15-N en Washington, único sitio donde quiere
estar. No sabemos si al final logrará sentarse en alguna silla detrás del
presidente brasileño Lula, se integrará en la gloriosa delegación argentina de
la presidenta Fernández Kirchner o tiene ya acuerdo para acudir escondido en el
portafolios de algún miembro del gabinete chino. Zapatero dice que quiere ir
porque España debe estar allí y él viene a ser España. Pero parece dispuesto a
transmutarse en camarero esquimal o escolta de Putin para mayor gloria de todos
nosotros y ustedes. Todos los que, por cierto, ya tenemos mucho menos interés
por verle en Washington que por dejar de sentir vergüenza propia y ajena.
Después
del improvisado e inútil paseo al Gran Imperio de la China, nos queda ahora
todavía el jarreo de declaraciones patrióticas que se sucederán durante la
visita de nuestro Gran Timonel a la Cumbre Iberoamericana que se celebra en El
Salvador. Allí se reunirá con su millón de amigos, salvo el bueno de Hugo
Chávez, que a fecha de hoy parece aún tener miedo que lo maten. Bendita
gallardía la de este militarote bregado en golpes que no se atreve a ir a una
cumbre y encima proclama su miedo a la muerte. Si va a acudir hasta el
nicaragüense Daniel Ortega, sin miedo a que le pegue el tiro la madre
despechada de alguna menor maltratada.
Las
cosas pintan mal para los deseos del presidente de mandarnos fotos de
estadista, al menos desde la capital norteamericana. Además, según pasan estos
bochornosos días de esfuerzos por meter el pie en la puerta, se percibe en
España un manifiesto cansancio ante los alardes patrióticos de quien se ha
pasado cinco años faltando a un sinnúmero de citas internacionales
multilaterales y bilaterales. De todas esas reuniones estuvo ausente. A la de
China no tenía la menor intención de ir, pese a que acudían los principales
jefes de gobierno de la Cumbre euro-asiática. Zapatero tenía que haber estado
en todas. Primero, para aprender algo fuera de su única cultura política del
trilerismo de la política patria. Segundo, para representar nuestros intereses.
Sus ausencias han sido continuas. Unas más sonadas que otras. Y no ha acudido a
ellas porque cuando una cita internacional no le asegura un rédito propagandístico
inmediato en casa, prefiere quedarse a cenar con sus niñas, con un par de
roqueros o con la cúpula de la SGAE que llega a La Moncloa con más flota
automovilística que Touriño, Benach o el presidente chino.
Por
eso nos perdonará el presidente si no nos creemos en absoluto su súbito frenesí
por defender nuestros intereses en el exterior. Porque no lo ha hecho en muchas
ocasiones en las que estaban realmente en juego nuestras cosas de comer. En
Washington se tomarán medidas significativas sobre el reordenamiento
financiero. O quizá no se tome ninguna. Pero desde luego nadie echará en falta
la aportación del presidente español. Y su ausencia afectará poco al balance
general de la propaganda socialista que es brillante. Es lo que mejor sabe
hacer Zapatero, y el día 16 nos sacará algún conejo de la chistera para que los
españoles sepan que él, sí, él, fue el protagonista de la cumbre en Washington.
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