ABC 30.09.08
NUESTRO querido presidente de la Asociación de la Prensa de
Madrid, Fernando González Urbaneja, está muy enfadado por el intrusismo de los
profesionales de los programas de entretenimiento en el terreno del periodismo.
Considera, con razón, que es uno de los principales motivos del vertiginoso
proceso de desprestigio social de esta profesión. Resulta que a don Fernando,
como a mí, le da cierto apuro ser colega de ciertos colegas. ¿Recuerdan el
viejo dicho del periodista que le dice a un paisano aquello de «si ves a mi
madre no le digas que soy periodista, prefiero que le cuentes que soy pianista
en un lupanar»? Hoy probablemente muchos dirían que prefieren que la madre los
crea proxenetas directamente. O un gran traficante de drogas algo sentimental y
buen fornicador, con mote aristócrata, referente moral e ídolo deseado de
millones de jovencitas españolas. Nadie dudará en que hoy conviene más ser
duque que plumilla. Y no me refiero a la Duquesa de Alba que, según dicen,
antes daba de comer a los periodistas y hoy es vejada diariamente en programas
que da vergüenza ver incluso en soledad.
Pero
estos programas de náusea los dirigen, mal que nos pese a muchos colegas como a
don Fernando, periodistas. Y los/las indeseables que persiguen micrófono en
mano por igual a personalidades, personajes, personajillos, lumpen, putas,
delincuentes y, por desgracia también a víctimas -y familiares de víctimas de
accidentes como el de Barajas- son, en su inmensa mayoría, periodistas. El
problema por lo tanto, en este frente, no está en que el primo segundo del ex
marido de la amante del travestí que fue chófer de la tonadillera acuda a
vomitar su basura a un programa de televisión. El problema está en que los que
le preguntan por las supuraciones de su última blenorragia son periodistas.
Pero
incluso eso sería soportable porque el periodismo que quiere ser otra cosa
tiene -si tiene trabajo por supuesto, que esa es otra- la posibilidad real de
hacer otra cosa. Pero mucho nos tememos algunos que, con todas las salvedades y
excepciones que por supuesto existen, estamos ante un problema de ignorancia y,
desde luego, de catadura moral. Y este problema no se refleja sólo en los
programas explícitamente volcados a la basura sino también y cada vez más en
los medios supuestamente dedicados a la información y no al «entretenimiento»,
por llamarlo de alguna forma. Porque las formas que adopta la pornografía y el
amarillismo en el periodismo español de principios de este siglo son infinitas.
Cuestión de catadura. La basura intelectualizada que vierte con tanta mala fe
como ignorancia una legión de informadores y opinantes es peor pornografía que
la procacidad de entrepierna que obsesiona a los «entretenedores». Lamentable
es que, con tanto pazguato como hay en lo que pretende ser oposición a la
vocación totalitaria de la hegemonía mediática y «cultural» del izquierdismo
simplista de este país, en los últimos años aquí solo se haya puesto en la
picota a un periodista por sus excesos verbales. Mientras, la basura mentirosa
y amarillista rezuma de la inmensa mayoría de medios volcados en la difusión de
la pornografía intelectual socialista. Y sus periodistas bailan, insultan y
mienten con alegría e impunidad.
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