ABC 16.09.08
EL viernes pasado se produjo en Alemania un acontecimiento
editorial. Salía a la venta el último libro de Helmut Schmidt, el
socialdemócrata ex canciller federal y probablemente hoy el alemán vivo con
mayor prestigio nacional e internacional, con la lógica excepción del Papa
Benedicto XVI. El autor había anunciado este libro suyo, titulado «Ausser
Dienst» (Fuera de servicio) como fruto del «deseo de escribir lo que he ido
aprendiendo en la política a lo largo de los decenios». Dicen quienes lo han
leído que es el libro más personal e íntimo que ha escrito. Desde luego lo es
el capitulo que publica en su nuevo número el semanario «Die Zeit», del que
Schmidt es aún editor honorario. Se titula «Lo que aún creo» y es un canto a la
tolerancia y al profundo respeto a las religiones en general y al cristianismo
en particular. «Pese a todo mi escepticismo hacia una serie de dogmas
cristianos siempre me he sentido cristiano» y «sigo en la Iglesia porque genera
contrapesos a la descomposición moral en nuestra sociedad y porque ofrece
apoyo». El capítulo es una larga reflexión, menos sobre la Iglesia en
particular que sobre el hecho religioso y el deber que siempre sintió, más allá
de sus dudas y reservas, a mostrar el máximo respeto a este hecho religioso por
su carácter dignificante y por su fuerza generadora de esperanza.
Coinciden
así con el socialdemócrata Helmut Schmidt el conservador y presidente francés
Nicolas Sarkozy cuando habla de un laicismo positivo en el que el estado y sus
dirigentes entiendan a la religión y al hecho religioso como una fuerza positiva
y no como una amenaza para los gobernantes. Lo cierto es que no hay que ser ni
creyente, ni socialdemócrata, ni conservador, ni siquiera excesivamente culto y
sensible para respetar el hecho religioso y darle la importancia que merece en
nuestra cultura y civilización, en nuestra democracia, la percepción de
trascendencia de la persona. Hay que ser, por el contrario, muy sectario, muy
inculto y estar ideológicamente muy emponzoñado para agitar y movilizar tanto
odio y desprecio al hecho religioso como ha logrado el actual gobierno
socialista español.
La
fobia anticristiana que rezuman comentaristas y tertulianos, programas de humor
y series televisivas, informativos y supuestos análisis en nuestro país no
tienen parangón en ningún país europeo. Y desde luego en ninguno de estos
países europeos los ataques a la Iglesia o a los creyentes en general podrían
beneficiarse de los resortes mediáticos directos del poder, como aquí sucede.
Este fanatismo y odio villano que se manifiesta por todas las esquinas, páginas
y altavoces en nuestro país en la mofa y el insulto hacia el hecho religioso es
una profunda anomalía más de nuestro país. Que agrava muchos otros tristes
fenómenos sociales en los que somos, sí, señor Zapatero, de la «Champions
League».
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