ABC 13.09.08
El muy piadoso régimen de Fidel Castro acaba de anunciar que
los siete cubanos muertos durante el paso del Ike por la isla no son víctimas
de este huracán. Lo son de su propio carácter. Han fallecido por «la falta de
observancia de las medidas del sistema de la Defensa Civil», nos ilustra La
Habana. Han muerto por desobedientes. En la dictadura más coqueta, la
desobediencia tiene efectos nocivos que van desde la molestia a la defunción.
Cincuenta años de experiencia lo avalan. Si en la Cuba buena de Fidel y Raúl a
alguien le pasa algo malo, se lo merecía. Quién cumple las consignas del
régimen, en pensamiento, palabra y obra, está a salvo de todo mal, incluido ese
huracán mariconsón con apodo de presidente norteamericano. Es el poder volcado
en proteger a la ciudadanía.
Da gusto saber que en Cuba como en España el poder es
infalible. La propaganda allí como aquí nos sabe transmitir que la discrepancia
conlleva pecado y penitencia. Allí -todos caribeños y rumbosos- los métodos de
extirpación de tumores intelectuales son más teatrales. Te meten en la cárcel.
Aquí, que somos leoneses y sobrios, nos apañamos con la faena administrativa,
el insulto y, para los peores, la muerte civil. Aunque nuestros santos laicos
compartan la condición de asesinos en serie -el Che Guevara y Santiago
Carrillo-, el clima marca aun la diferencia. Eso sí, somos hermanos. Las
miserias nos las impone el cruel imperialismo americano. Ante tamaña vileza,
los obedientes saben que hay que comer patriotismo. Nuestro vicepresidente
Solbes, todo un valiente, ha descubierto en la ancianidad del funcionario, el
mensaje juvenil de Pol Pot. Antes negaba una crisis. Hoy recomienda una
recesión para «limpiar» la economía. Quien proteste o muera en el experimento,
mal hecho. «Habrá desobedecido las órdenes del sistema de Defensa Civil».
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