ABC 20.09.08
Nuestra ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia
es probablemente el miembro del gabinete de Rodríguez Zapatero más imaginable
como ministro en un Gobierno europeo serio. Aparte por supuesto de nuestro
incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba, porque todo presidente de Gobierno se ve
tarde o temprano tentado a recurrir a un Fouché más o menos virtuoso en el
enredo, ministro con cartera propia o ajena. De todas sus declaraciones se
deduce que Garmendia cree en la virtud de la excelencia y el rigor en la
formación del capital humano que necesita una sociedad moderna para no acabar
en el lumpenproletariat del globo globalizado. Confía en que una nueva Ley de
la Ciencia cree las sinergias entre la universidad y la industria tecnológica,
imprescindibles para la transmisión rápida y efectiva entre la investigación,
el conocimiento y su aplicación.
La ministra es
optimista. Como pesimista cultural yo ya tengo razones para el abatimiento. Y
no en la universidad española, perdida en el fondo del ranking internacional.
En Oxford, parte de los estudiantes se licencian sin saber nada de lo que les
enseña. No por una ley socialista que quiera convertirlos a todos en Bibiana
Aído. Por el muy capitalista afán de recaudar. Como los ricos británicos ya no
cunden, Oxford está a la caza de niños ricos por el mundo. Por eso prestan más
atención a la generosidad de los padres en la matriculación que a los
conocimientos de inglés de los hijos. Los estudiantes entienden la mitad de la
mitad. Igual que los alumnos de Joseba Arregui en sus clases de filosofía en
vascuence. Sin los conocimientos necesarios de la lengua salen sin conocimiento
alguno en la materia. Cualquier día montan un estropicio. Al menos podrán
valorar los daños en inglés chapucero. Imagínense las sinergias de nuestros
físicos nucleares educados en el odio a la lengua común. Hay malentendidos
letales.
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