ABC 16.04.13
Lo increíble es que tenga que ser ese colectivo de Manos
Limpias el que dé un paso que debió dar hace mucho tiempo ya el propio PP
EL colectivo Manos Limpias denunció ayer ante el fiscal
General del Estado a la portavoz de la llamada Plataforma de Afectados por la
Hipoteca (PAH), Ada Colau, como presunta inductora y cooperadora en delitos de
amenazas y coacciones. Colau es la máxima representante de los comandos de
activistas que mantienen una campaña de acoso a políticos del Partido Popular
en toda España. Su objetivo declarado es la intimidación y coacción de los
parlamentarios y cargos electos para que voten en el sentido en que les ordena
Colau y su gente como condición para dejarles vivir en paz. La gran jefa de los
activistas de la extrema izquierda y del movimiento antisistema que llevan a
cabo estos acosos ha formulado sus amenazas a los políticos en numerosas
ocasiones ante las cámaras de televisión. Lo increíble es que, al final, tenga
que ser ese colectivo de Manos Limpias el que dé un paso que debieron dar hace
mucho tiempo ya el propio PP o de oficio el fiscal General del Estado. Habría
sucedido en cualquier país de nuestro entorno de haber hecho alguien en
televisión un llamamiento a perseguir y acosar a los políticos electos para
doblegar su voluntad y forzarles a cambiar de sentido su voto parlamentario.
Hay polémica ahora sobre la forma adecuada de calificar estas agresiones que
dirigen los comandos Colau exclusivamente contra políticos del PP. Cuando obvio
que la responsabilidad en los desahucios recae ante todo en los socialistas que
llevaron a la economía española a su bajada a los infiernos. Algunos han
criticado a María Dolores de Cospedal por calificar estas acciones como un
acoso nazi. Y no sólo consideran inapropiado ese término aquellos que, en la
izquierda parlamentaria, apoyan por primera vez desde la muerte de Franco
acciones violentas contra la derecha parlamentaria. En la alarmante ruptura de
una unidad de los demócratas que se mantuvo siete lustros. Algunos como Arcadi
Espada consideran que se utiliza aquí la palabra «nazi» en vano. Y que sería
mejor denominarlos «acosos terroristas» porque su objetivo proclamado es causar
miedo a los políticos hasta quebrar su voluntad y cambiar su voto. Otros dicen
que al ser activistas de la izquierda más radical resulta absurdo adjudicarles
un término que se adjudica a la extrema derecha. Me parecen bien ambos. O acoso
rojipardo. Creo que los comandos de la señora Colau practican el terrorismo de
baja intensidad. Pero también que, siendo comunistas, han adoptado unos
mecanismos de presión que son calcados a los utilizados por el
nacionalsocialismo en su primera fase, cuando aun estaba lejos del poder. La
alianza rojiparda puede llamarse esta simbiosis totalitaria.
Cuando recibimos noticias de que también los comunistas
parlamentarios de IU y lavada ETA retoman una cooperación que tuvieron hasta el
atentado de la calle Correo. La definición de agitación rojiparda la merecen
las campañas en las redes sociales promovidas por una extrema izquierda que
encuentra también enorme predicamento en las televisiones privadas. En estos
momentos de pasiones, angustias muy lógicas, demagogia descontrolada y
agitadores sin escrúpulos, las televisiones están jugando un papel que puede
ser letal, si sus responsables no adoptan un mínimo de sensatez. Si la
violencia grave sigue a la violencia selectiva y taimada de Colau y compañía,
el futuro juzgará con dureza a unas televisiones, sin las cuales el zafio y
obtuso mensaje de la venganza, el resentimiento y los aromas de la justicia
popular no habrían cristalizado necesariamente en tragedia. La voracidad del
sensacionalismo mediático, la impotencia de una izquierda arrastrada por sus
peores instintos y la irresponsable pasividad del Gobierno son esa mezcla
explosiva que sólo espera la chispa de un trágico incidente.
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