ABC 26.04.13
El embajador Bar ha traído a Mérida y Cáceres a auténticos
monstruos de la investigación e industria tecnológica. Lo que necesitamos
LA principal diferencia entre un ganador y un perdedor está
en la administración de los respectivos fracasos. El segundo se dejó paralizar
por sus fracasos y el entorno, el primero aprendió de los suyos para
convertirse en el mejor líder posible en la búsqueda de la innovación y la
excelencia. Entender esto es un salto cultural inmenso, cierto. Pero es el
salto cualitativo en la actitud individual y colectiva que es imprescindible
para no quedar como estatua de sal en la nueva era de la innovación y el desarrollo.
Esta era que ya ha comenzado, en la que caben todos los que quieran y ofrezcan
algo, pero que no parará a esperar a nadie. Fenómeno espectacular es el
liderazgo que ostenta ya un país muy especial, Israel. ¿Cómo es posible que
este diminuto país, de superficie menor que la Comunidad Valenciana, tenga hoy
más empresas en el Nasdaq que Europa, Japón, China, Singapur, India y Corea
juntas?
En un diminuto país cuyo suelo era desierto, sin recursos
naturales, sin agua, aislado y rodeado por vecinos que son mortales enemigos.
En un país que pasó en 65 años de 600.000 a 8 millones de habitantes. Y que
desde esa cultura de la adversidad ha generado una actitud común volcada en la
superación, en la imaginación y el riesgo que ha demostrado ser el equipamiento
intelectual y emocional ideal para los retos en esta nueva economía de la
tecnología.
Desde su fundación, el único capital de que ha dispuesto
Israel ha sido el humano. Y se especializó en extraer el máximo beneficio del
mismo. En perfecta identificación y simbiosis con la educación judía del
cuestionamiento en el aprendizaje, las nuevas generaciones israelíes son
jóvenes sin miedo a fracasar porque saben volverán a intentarlo, sin miedo a
preguntar, imaginar y fantasear, ni a cambiar, a viajar ni a luchar por lo
propio. Todo lo que tuvieron que hacer sus generaciones anteriores para
sobrevivir, desde la maximización del goteo en unkibutz al trabajo en
equipo y conocimiento psicológico que dan los dos años de convivencia en el
servicio militar obligatorio, todo se aplica a invención y tecnología. La
reinversión constante en investigación y los modelos de sinergias de
universidades y empresas start up de tecnología, con los mecanismos
de riesgo compartido y política de propiedad intelectual, han hecho de todo
Israel un gran parque tecnológico. Visión científica interdisciplinaria,
oportunidad de riesgo, infraestructura y libertad. En una inmensa marmita de
pensamiento y ciencia en la que se funden y cocinan sin cesar ideas, materiales
y leyes físicas para proyectos y productos. Esto es una síntesis de los
mensajes capitales del Foro de Innovación y Crecimiento, tan original como bien
concebido por sus iniciadores, el presidente de Extremadura, José Antonio
Monago, y el embajador de Israel en España, Alon Bar. Llegaron a la idea gracia
al éxito editorial como bestseller del New York Times del libro
«Start-Up Nation». El subtítulo, «la historia del milagro económico en Israel»
no transmite la fuerza del fascinante relato de los autores Dan Senor y Saul
Singer con diversos ejemplos sobre el triunfo de imaginación, talento, ingenio,
superación y excelencia, pero también de otras cualidades como serenidad,
amistad, trabajo en equipo, generosidad, coraje e intuición. El embajador Bar
ha traído a Mérida y Cáceres a auténticos monstruos de la investigación e
industria tecnológica. Y hubo intervenciones antológicas. Sobre actitud,
educación. pensamiento, ciencia, política, bienestar. Hubo inteligencia moderna
en Cáceres. Formación humana, que es lo que, desesperadamente, necesitamos.
Mientras, PSOE e IU en otro siglo, ninguneando con sus mezquindades
antisemitas. Menos Rodríguez Ibarra, claro, que una vez más demostró que él sí
reconoce lo importante.
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