ABC 21.05.07
Lo que convierte en una auténtica tragedia la insospechada
aparición de Rodríguez Zapatero en la historia española ha sido la total
incapacidad del cuerpo social español para reaccionar
Sólo a muy primera vista resulta conmovedor el esfuerzo del
presidente del Gobierno por desmentir la información de este periódico sobre
los nuevos esfuerzos del Gran Timonel por coordinar su política con ETA de cara
a las elecciones municipales. Asegura Rodríguez Zapatero que «no hay diálogo
con ETA» pero sí «tomas de temperatura». Hay que ser periodista muy amigo del
jefe para reinterpretar con benevolencia ambigüedades que nunca esconden ya las
mentiras. La información de ABC, ya corroborada por todas las esquinas
informativas y que en los próximos días será probablemente ampliada por los
propios interlocutores del Gobierno o por aquellos medios que aún se atreven a
indignarse y denunciar semejantes villanías, sólo ratifica la certeza general
entre adversarios como partidarios de este Gobierno de que Zapatero y José
Ternera tienen intereses comunes.
Para muchos, quizás la mayoría en esta sociedad española,
convencida de que no hay mal que pueda distraerla, esto no es ni siquiera
necesariamente malo. Los partidarios del presidente del Gobierno piensan que el
interés común de estos dos hombres ante un supuesto gran destino es la paz y
siempre la paz. Las discrepancias que tienen sobre el orden de prioridades
entre la paz y otras cuestiones más o menos nimias nunca serán obstáculo para
que el jefe del Gobierno sea generoso. A él le será más fácil estirarse.
Primero porque al fin y al cabo él juega con fichas prestadas. Y por supuesto
porque Ternera no tiene plazos y hoy menos angustias que nunca.
Sin autocrítica
Con ser todo ello gravísimo, lo que convierte en una auténtica tragedia la insospechada aparición de Rodríguez Zapatero en la historia española ha sido la total incapacidad del cuerpo social español para reaccionar ante la situación generada. Podemos echarle la culpa a las miserias del franquismo, al atraso secular, a los Tercios de Flandes, a la Iglesia católica o, más a mano, a José María Aznar. Lo cierto es que la sociedad española había vivido una década de inmenso crecimiento, solidez y sentido común en gran parte bajo ese después odiado Aznar, que repitió victoria electoral con una mayoría absoluta en legislatura consecutiva. Dicen que perdió por mentir cuando nunca un Gobierno ha dado en tiempo real tanta información caótica, contradictoria y masiva que al final sirvió a sus adversarios para hacerse con una victoria que todos consideraremos legítima pero difícilmente limpia.
Lo extraordinario es que esta sociedad española que supuestamente se movilizó contra supuestas mentiras hoy no reacciona ante la mentira como único sistema de comunicación de un Gobierno con sus gobernados. En cuestiones del llamado «proceso de paz», pero no sólo en este, se ha producido un fenómeno extraordinario en el que los partidarios de Zapatero y sus pretorianos asumen que éstos les mienten pero lo justifican y defienden. No parece que el inmenso escándalo que suponen las andanzas de la actual cúpula socialista vaya a tener un impacto especial en las urnas. Es preocupante. Pero nadie dude de que esta legislatura, como comenzó y como termine, ha de tener consecuencias indeseables para España que muchos aun no imaginan. En el País Vasco estamos más cerca del terror total cotidiano, las libertades se podan a diario en Cataluña y, no sólo allí, crece la intimidación y la mentira acomodaticia, así como la procacidad reguladora. La cohesión social y territorial ha sufrido en tres años su peor cataclismo en cuatro décadas. Todo esto tiene mucho que ver con que un Zapatero recién llegado a la cúpula del socialismo español descubrió, hace un lustro y de la mano de Eguiguren, su coincidencia de intereses con los etarras Ternera y Otegui. Hoy esa coincidencia de intereses parece ser ya comunión. Aún la niega, aunque cada vez menos.
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