domingo, 22 de febrero de 2015

EL RETORNO DE BULGAKOV

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  26.10.12


La mano de hierro de Putin estrangula todo lo que pudiera ser sospechoso de tener criterio

EL pasado martes se ha celebrado una votación en la Duma, el parlamento de Rusia, que ha recibido muy poquita atención en los medios europeos. Ya sabemos que Rusia está muy lejos y ahora con Vladimir Putin aquello parece en orden y calma. El interés por aquel país es mínimo salvo para firmar contratos de gas o petróleo. Pues lo sucedido en esa votación en la Duma nos afectará muchísimo en el futuro. Por una abrumadora mayoría del partido del presidente Vladimir Putin, Rusia Unida, del Partido Comunista y de los nacionalistas Demócratas Liberales se ha aprobado la «Ley de alta traición». La ley ha sido elaborada por los Servicios de Información (FSB), el antiguo KGB, y fue aprobada sin segunda lectura ni enmienda. Esta ley establece que todo contacto de ciudadanos u organizaciones rusas con ciudadanos u organizaciones extranjeras puede ser objeto de persecución por «peligro a la seguridad del Estado». Han leído bien: todo contacto de ciudadanos u organizaciones rusas con ciudadanos u organizaciones extranjeras. Según esta ley se deja al criterio de las autoridades interpretar y valorar el peligro que para la seguridad de Rusia suponga cualquier persona u organización que esté en contacto con extranjeros. Esta ley de alta traición culmina el proceso que comenzó con la ley contra las ONG. Todas las organizaciones no gubernamentales que reciben fondos del exterior están obligadas a registrarse como «agentes del exterior». La denominación lo dice todo. Así han sido estranguladas todas las agencias y organizaciones de defensa de derechos humanos y civiles en esta pasada década. Con una nueva ley de manifestación que permite condenar a participantes por «agitación y desorden de masas», las posibilidades de cualquier tipo de oposición hoy en Rusia depende siempre de la benevolencia de las autoridades. El FSB, la heredera del KGB, es por lógica la organización favorita del viejo chequista que es Putin. Es su principal arma en el interior. Sus armas en el exterior son de nuevo tipo: sus inmensos complejos energéticos Gaszprom y Rosneft. Con ellos el Kremlin amenaza, presiona, compra y doblega voluntades como otrora con sus tanques en las llanuras europeas o con su arsenal nuclear. E impide protestas exteriores. Pero en el interior Putin es extremadamente clásico. Desde su sede en la Liubianka, el FSB actúa con eficacia. Muy lejos quedan las incertidumbres de los años del colapso del poder soviético y del desorden bajo Yeltsin. No sólo ha recuperado el poder que tuvo en la URSS, sino que tiene ya una única obediencia. Como solo había sucedido antes bajo Stalin. Lentamente, de forma casi imperceptible para la opinión pública de Europa occidental, Rusia es ya una inmensa dictadura con cuatro tristes héroes acorralados o presos como única oposición.

La mano de hierro de Putin estrangula todo lo que pudiera ser sospechoso de tener criterio. Y se ha dotado de un aparataje legal monstruoso con leyes acordeón al estilo de aquellas célebres sobre «actividades antisoviéticas» en las que cabe absolutamente toda conducta que el poder quiera perseguir. Con esta ley que pone bajo sospecha y en las manos de la fiscalía a todo ciudadano ruso con contactos con extranjeros, hemos vuelto de hecho a una realidad de los años treinta, al mundo de Bulgakov y Pasternak. Del Moscú de 1937 de «Terror und Traum» de Karl Schlögel. Ahora sin ejecuciones masivas, sin deportaciones, un sistema mucho más sofisticado que el estalinista impone un poder implacable que destruye con eficacia las vidas de todo discrepante. Nadie sea tan iluso como para creer que un Estado así será siempre pacífico hacia el exterior. El monstruo crece de nuevo.

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