ABC 22.12.12
La presidenta Cristina
Fernández de Kirchner no tiene buenas noticias desde hace mucho tiempo. Casi
cabría decir que desde su apoteósica elección en octubre del pasado año. El
deterioro económico es constante, el desprestigio internacional abismal, las derrotas
diplomáticas continuas -como ahora frente a Repsol por YPF-, y fracasan hasta
los esfuerzos por aplastar a la única voz crítica en el panorama mediático
argentino. Y ahora se le abre un frente de desorden público. Dos muertos, 45
heridos y cerca de 200 en media docena de ciudades argentinas son el balance
provisional de los violentos disturbios que comenzaron con saqueos masivos. Los
primeros incidentes se produjeron en Bariloche el jueves, coincidiendo con el
aniversario de los gravísimos incidentes habidos en la misma fecha en 2001. Era
el día en que se cumplían once años de la caída del Gobierno del radical
Fernando Rúa, que arrastró a Argentina a su traumática crisis financiera,
económica y política. Este jueves, pobladores de barriadas pobres de esas
ciudades argentinas salieron a las calles a conmemorar aquella fecha y pronto
protagonizaban saqueos de tiendas y supermercados. Lo cierto es, que pese al
rápido deterioro de la situación económica y social, Argentina no está en el
año 2001. Pero los incidentes demuestran lo rápidamente que las dificultades se
convierten en violencia donde no hay respeto a la ley. Como también la inmensa
disposición a la violencia de estos sectores que autoridades peronistas han
tachado de casi todo, desde «indigenistas puros» a «anarquistas,
narcoterroristas y lumpen». Notoria la fragilidad de la paz social, pese a la
vocación demagógica del régimen de doña Cristina. Hace todos los días alarde de
falta de respeto a las leyes, nacionales e internacionales. A nadie puede extrañar
que los sectores más míseros tengan el mismo desprecio a la ley. Nadie puede
sorprenderse que la seguridad jurídica haya caído a niveles de Zimbabue.
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