ABC 12.03.13
No podía contar la policía cubana con un público más
entregado que el de aquí. La izquierda mediática convirtió a Carromero en una
caricatura despreciable
DESPUÉS sorprende que nos falten al respeto. Siempre ha sido
cierto que nadie falta al respeto a España como los españoles. Pero pocas veces
hemos visto sumar fuerzas, con tanto y tan desgraciado éxito, al celo de los
enemigos de la democracia española con los errores de quienes han sido elegidos
para defenderla. El caso Ángel Carromero o, mucho mejor dicho, el caso Oswaldo
Payá, es ya una página de vergüenza en las relaciones internacionales de
España. Quizás el capítulo más negro de la política exterior bajo gobiernos del
PP. Y borrón en la trayectoria del ministro García-Margallo, difícil de
subsanar incluso si tuviera propósito de enmienda. Recordemos que el 22 de
julio pasado, Carromero conducía un coche en Cuba en el que él y un joven
democristiano sueco, Jens Aron Modig, llevaban a los disidentes políticos
Oswaldo Payá y Harold Cepero. En un determinado momento se salieron de la
carretera cerca de Bayamo y chocaron contra un árbol, resultando muertos Payá y
Cepero. Desde el primer momento y por mensajes de los supervivientes se habló
del coche que los había embestido. Hasta que después de días en cautividad de
la policía política de la dictadura cubana, Carromero apareció ante las cámaras
para acusarse de conducir con exceso de velocidad y haber perdido el control.
Después surgieron desde Madrid denuncias sobre las multas de circulación,
confundidas con otras de estacionamiento, con el resultado de que estaba en
trámite de perder los últimos puntos de su carnet de conducir. A partir de ahí
se lanzó una inmisericorde campaña contra el joven Carromero que, junto a
Modig, había acudido a Cuba con la muy loable intención de ayudar a Payá y
otros demócratas permanentemente acosados por una de las peores dictaduras del
globo. La misma práctica que tanto se agradeció cuando aquí en España se
recibían las ayudas de la Internacional Socialista, Comunista o Democristiana
para la creación de estructuras para los partidos democráticos.
Hoy sabemos lo mucho que se ayudó desde España. Pero para
aterrorizar al preso Carromero. Sabemos que estuvo quince días con una vía
intravenosa por la que se le suministraban sustancias que él desconocía. Que se
le amenazó de muerte si no hacía «la confesión» atribuyéndose toda la culpa. No
podía contar la policía política cubana con un público más entregado que el de
aquí. La izquierda mediática convirtió a Carromero en una caricatura
despreciable. Los demás dejaron hacer. Salvo Aguirre, nadie tuvo un gesto con
el afectado por este tremendo trauma. El chantaje cubano funcionó de forma
automática. El Gobierno parecía deseoso de cumplir. Paralizó todos sus
contactos con la disidencia y no sabemos qué más apaños vergonzosos pudo hacer.
Muchos creyeron que, por lógica, aceptaba la versión de la dictadura como una
mera prudente espera a que Carromero llegara a España y no poner en peligro su
liberación. Pues no, el Gobierno asumió esa condena basada en pruebas de los
atestados de una policía política. Todo miserable. Y al final tenemos a unos
jueces lacayos de una dictadura dictando una sentencia que acata el Gobierno de
España. El ciudadano español que ha sido drogado y forzado a falsos testimonios
en las mazmorras de un régimen brutal llega a España y relata el asesinato de
los dos disidentes al provocar la policía un accidente. Pues ha de ser un
periódico extranjero el que lo publica. Y el ministro, en vez de anunciar de
inmediato una investigación internacional, dice que a él no le «consta». Y
todos miran hacia otro lado. Y alguno se atreverá a pedir respeto. Cuando lo
que generan es un abismo de vergüenza.
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