martes, 24 de febrero de 2015

SALVEMOS AL ANTI PUTIN

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  23.04.13


Ahora que la figura del déspota está más que agrietada, la libertad de Jodorkovski es una llama de esperanza para Rusia

FUE despojado de todos sus bienes, deportado a Siberia, condenado a ocho años de prisión en aislamiento. Cuando estos se iban a cumplir, fue juzgado de nuevo y condenado a otros seis más. Fue paseado en jaula, difamado y ridiculizado por todos los medios oficiales de la inmensa maquinaria propagandística del Kremlin. En una mazmorra a 4.000 km de Moscú por motivos políticos, como en su día tantos grandes hombres, nadie le tosió al Kremlin. Fue invitado al suicidio, amenazado con el manicomio perpetuo y herido en un atentado con arma blanca en un campo de trabajo. Hizo una huelga de hambre, victoriosa, para lograr que un amigo también condenado recibiera tratamiento médico. Lo recibió pero murió después, a los 40 años, a causa de la salud quebrada por aquel confinamiento siberiano. Desde hace diez años vive con la permanente amenaza de muerte dentro de prisión. Una década en campos de trabajo y cárceles siberianas que parece propia de un superviviente a los años de terror de Stalin o «normalización» brezneviana. Todavía no está a salvo. La mirada vigilante desde fuera de Rusia ha sido un manto protector para que el Kremlin y sus carceleros supieran que ningún desmán contra el Prisionero Número Uno pasaría inadvertido ni sería impune. Y ahora el Tribunal Supremo va a revisar su causa y su pena. Algunos observadores, y muchos admiradores que ya tiene en todo el mundo y muy especialmente en Rusia, esperan que pueda salir antes de la cárcel. Su condena expira en el 2018 cuando cumpliría 55 años y 15 de ellos tras las rejas.

Mijail Jodorkovski, de él hablamos, tenía todas las características para ser víctima propiciatoria y chivo expiatorio en la Rusia del Kremlin. Fue uno de los grandes oligarcas que se enriquecieron vertiginosamente durante el desmantelamiento de la URSS. Era ya en 2003 propietario de la principal empresa petrolífera y el hombre más rico de Rusia. Odiado por eso y además judío, Putin pudo convertirlo en enemigo ideal y poner en efervescencia todas las emociones antisemitas rusas. Jodorkovski no era un oligarca más de los muchos surgidos en aquellos años, solo ávidos de amasar dinero para la ostentación del poder y la riqueza con clubes de futbol, yates cada vez más largos y sicarios sin cuento. Aunque utilizara muchos de los métodos de los demás tiburones para amasar la fortuna desde su puesto de confianza del presidente Boris Yeltsin. Pero pronto volcó su dinero en intentar crear y defender una pluralidad que desaparecía bajo el rodillo implacable de los hombres del antiguo KGB y de las mafias leales a Putin. Y para intentar crear las bases para una lucha por sacar a Rusia del despotismo asiático hacia el Estado de Derecho. Cuando, tras ayudar al bloque disidente, Jabloko quiso elaborar una opción democrática contra Putin sonaron las alarmas en el Kremlin. Y cuando quiso crear una alianza con compañías petroleras americanas con la venta de parte de Yukos, su suerte estaba echada. Diez años hace de aquello y en todas sus comparecencias y mensajes desde que habita en campos de trabajo y jaulas, Jodorkovski demuestra que una década de sufrimiento extremo ha convertido lo que era un hombre de éxito y una mente privilegiada en una persona extraordinaria. Ejemplar para una oposición perseguida, dispersa e intimidada. Sea cual sea el resultado de la revisión, es capital que salga que Jodorkovski salga vivo de la cárcel. Salvar a la gran figura anti Putin es un deber moral de todos. Ahora que la figura del déspota está más que agrietada, la vida y la libertad de Jodorkovski son una llama de esperanza para Rusia.

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