martes, 24 de febrero de 2015

BENEDICTO EN MONTECASINO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  01.03.13


A todos deja en un aprieto el Papa que se tornó peregrino. Como San Benito cuando dejó todo para fundar Montecasino

Cuando concluyó el pontificado de su antecesor, Juan Pablo II, se congregaron en Roma todos los grandes estadistas de este mundo para darle su último adiós. Había sido aquél un Papa de multitudes. Ayer, Benedicto XVI vivió su último día de pontificado como una cuestión interna, casi íntima, de la Iglesia. Después de haberse despedido del mundo un día antes con un bello discurso en una inolvidable última audiencia general en San Pedro. Ayer transmitió sus últimos mensajes a la curia. Para los que aun no han entendido todas las implicaciones y consecuencias del inmenso paso dado por el ya Pontífice emérito. Les habló de la unidad «de modo que el Colegio de Cardenales sea como una orquesta donde las diversidades de la Iglesia Universal confluyan siempre con la armonía superior y acorde». Y expresó ante ese Colegio que tan a prueba ha puesto, su «reverencia y obediencia incondicional al próximo Papa». Nadie debería cuestionar la humildad profunda de este hombre que se retira ahora a «su última etapa como peregrino». Aunque algunos en la curia, pero también entre los fieles de la Iglesia, habrán querido ver una excesiva libertad propia, cuando no osadía y arrogancia, en esta ruptura de la rutina, de la regla y la tradición por parte de un Papa siempre profundamente consciente del valor de las tradiciones. «La cruz se lleva hasta el final», le quisieron recordar algunos con nada disimulado reproche. Y él ha respondido que la cruz la llevará hasta el final y que en absoluto escapa a la privacidad sino a la oración. Benedicto XVI no eligió su nombre por capricho. Se decidió por San Benito, un cristiano de la iglesia antigua que convirtió sus reductos de oración, sus monasterios benedictinos con su regla, en firmes bastiones de la cultura, de la civilización occidental en una Europa acosada por los bárbaros. Y también en homenaje a Benedicto XV, el Pontífice que sufrió en sus carnes el inmenso trauma de la Primera Guerra Mundial. El Papa que desesperó con la Gran Guerra generadora de una crisis de civilización que hizo surgir la nueva barbarie, las ideologías redentoras, las religiones laicas sustitutorias, fascismo, nazismo, comunismo. Y que trajo ese gran naufragio de Dios que supuso para el mundo, para la Europa de San Benito, de Montecasino, de Silos o de Göttweig, la apoteosis del crimen desde el GuLag al Holocausto. Este Papa ha dedicado su vida a la reflexión con la oración y a la búsqueda de la razón en la fe. Y ha visto que la Iglesia ha llegado a una situación dramática bajo el manto de su rutina del letargo intelectual, la corrupción y los hábitos de poder. Que ha de volver a crecer por encima de sí misma para afrontar este mundo de evolución vertiginosa. Pero en el que el mensaje más bello jamás concebido en la humanidad, de amor al prójimo, entrega, humildad, compasión y esperanza tiene que tener tanta vigencia como siempre o como nunca. Él ha visto que su mejor servicio posible a la Iglesia estaba ya en ponerla ante el inmenso reto de renovación. Había de ser de forma traumática. Siempre tuvo enemigos. Los de fuera, son los movidos por odio a la Iglesia y fobia al cristianismo. Perversiones intelectuales de las ya mencionadas ideologías redentoras y las agresivas formas del positivismo arrogante, más doctrinario y dogmático que mucha religión. Y los de dentro. Los que en el seno de la Iglesia viven con la pereza y el cinismo del mundo más profano. A todos deja en un aprieto el Papa que se tornó peregrino. Como San Benito cuando dejó todo para fundar Montecasino.

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