ABC 16.01.13
LEON LEYSON (1929-2013)
Como
tantos que habían sobrevivido al infierno, Leon Leyson permaneció mudo sobre su
suerte durante cuarenta años. Vivía en la costa oeste de los Estados Unidos,
como si hubiera elegido el lugar americano más lejano a Europa, más remoto de
su Polonia natal y desde luego, de Alemania. Cuarenta años sin hablar de
aquello que había hecho posible su vida. Porque él era un condenado a muerte
que sobrevivió al Holocausto gracias a una de las más rocambolescas, bellas y
conmovedoras historias del terrible siglo XX europeo. Pero no dijo nada. Como
tantos judíos supervivientes, el sentimiento muy generalizado de mezcla de
vergüenza por haber sobrevivido y pudor a contar lo inconcebible, guardaba la
memoria del horror en la más profunda intimidad. Y allí estaba también su
gratitud. Esa gratitud tenía un nombre, el de un alemán, un industrial alemán,
un hombre que podía haber sido un monstruo y fue un ángel para el pequeño Lejb
y su familia.
Hablamos de Oskar
Schindler, un hombre que había utilizado todo su poder, su dinero, su
influencia con los nazis y su valor para salvar a más de 1.100 judíos de la
muerte segura. Pero Leon Leyson, que ahora ha muerto a los 83 años en Los
Ángeles, no habló de ello durante muchísimo tiempo. Su nueva vida había
comenzado cuando al final de la guerra, llegó el enero de 1945 a Auschwitz y
él, Lejb Lejson, y parte de su familia seguían milagrosamente vivos. Tras más
de tres años en un campo de refugiados cercano a Frankfurt en la inmediata
posguerra, llegó a Estados Unidos en 1949. Con veinte años, se convirtió en
Leon Leyson, se hizo norteamericano y fue a servir pocos años después en el
Ejército en la Guerra de Corea. Volvió a Los Angeles, estudió hasta convertirse
en profesor de arte y eso fue lo que enseñó durante cuatro décadas de tranquila
existencia hasta jubilarse. Tuvo que comenzar Steven Spielberg sus indagaciones
históricas para la película «La lista de Schindler» para que Leon Leyson se
pusiera a recordar en voz alta. Y allí surgió una trayectoria fantástica y
conmovedora como la de todos los supervivientes protegidos por el industrial
alemán. Con la especial circunstancia de quien era el niño más pequeño que
entró en aquella lista milagrosa que salvaba vidas de judíos al hacerlos
necesarios para la industria de esmaltes de Oskar Schindler en Cracovia.
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