ABC 18.01.13
El hecho de que el aristócrata Schwarzenberg esté en la
carrera final para la jefatura del Estado dice mucho bueno de los checos
LA próxima semana se celebra en la República Checa la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Se disputan la jefatura del
Estado Milos Zeman, político socialista que fue primer ministro de 1998 a 2002,
y Karel Schwarzenberg, el que fuera mano derecha de Vaclav Havel, ministro de
Asuntos Exteriores y una personalidad que les quiero presentar. Los dos
finalistas rondaron el 24% con Zeman aventajando al candidato conservador por
menos de un punto. El primero quiere movilizar a comunistas e izquierda en
general. El otro podría contar con el voto de la clase media ilustrada y
urbana. Zeman tiene 68 años, es un animal político y puede ser durísimo.
Schwarzenberg tiene 75, habla un checo anticuado, aprendido en el exilio.
Pausado, culto y lúcido, es el «homo mitteleuropeus» total desde que murió Otto
de Habsburgo. El príncipe es jefe de la casa Schwarzenberg, una de las grandes
familias de la alta aristocracia bohemia del Imperio. Poderosa ya a finales de
la Edad Media, multiplicó su poder e influencia tras la victoria de las fuerzas
católicas imperiales en la batalla de la Montana Blanca al comienzo de la
Guerra de los Treinta años. Hasta 1918, eran decenas sus palacios y castillos
por Bohemia y Moravia y el resto del Imperio austro-húngaro, incluidos los dos
inmensos palacios urbanos de Praga y Viena. El Imperio estalló en pedazos. Los
Schwarzenberg se declararon leales a la nueva Checoslovaquia de Masaryk en 1918
y también lo fueron cuando llegó Hitler veinte años después. En 1945,
Schwarzenberg y otras familias que habían marcado su distancia al nazismo no
perdieron sus propiedades ni fueron expulsados con los decretos antialemanes
del presidente Benes. Sin embargo, llegaría su hora en 1948 cuando, tras unas
elecciones fraudulentas, los comunistas se hicieron con el poder.
Como otros aristócratas y propietarios, Karel y familia
fueron expulsados del país en horas, sin apenas una muda. Él tenía once años.
Cuando volvió 41 años después, en 1989, sus compatriotas derribaban el régimen
comunista en Checoslovaquia y toda Europa central. Él había hecho carrera y
fortuna como empresario y hotelero en su palacio en Viena. Además era un
cotizado experto en política de la Europa dividida y la Guerra Fría. Vaclav
Havel, el escritor disidente que surgía como héroe de la revolución y pronto
como presidente, lo comprometió de inmediato como canciller en el Hradshin para
la reconstrucción e integración en Europa. Con un sentido del deber y del
servicio, vocación por la verdad y la eficacia que forma parte del legado
familiar durante siglos, forma parte de una aristocracia que nada tiene que ver
con la deplorable farándula que se tiende a considerar como tal por estos
pagos. Así se lanzó a la política con éxito en defensa del legado de Havel.
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