Por HERMANN TERTSCH
ABC 30.10.12
Nada hay tan perfecto e intocable como el centrismo. No hay
éxtasis comparable al moderantismo. Son felices hasta perdiendo siempre
EN los últimos tiempos tenemos un pequeño consuelo, un guiño
de justicia poética, quienes desde el primer momento allá en 2004 manifestamos
públicamente nuestro temor, nuestro miedo pánico, a que Rodríguez Zapatero se
convirtiera en la peste nacional que al final ha sido. Es pequeño y triste el
consuelo a la vista del inmenso, del infinito daño que en todos los terrenos,
actividades e instituciones causó este máximo representante de lo peor de este
país. Pero escuchar a destacados miembros del coro mediático de Zapatero
criticar con dureza, no ya su política económica, sino sus mentiras y hasta su
«traición» a los españoles por sus concesiones a los nacionalistas y etarras,
es algo que no negaré me complace. Me recuerda a esos valerosos antifranquistas
que surgieron por doquier en este país cuando el general llevaba ya los
suficientes años bajo la losa como para descartarse que se cumplieran los
augurios de Vizcaíno Casas sobre su resurrección. Pero también porque me
acuerdo de lo mucho que se reían de quienes advertían sobre el desastre hace
más de un lustro. De sus jerigonzas sobre el riesgo separatista. De sus burlas
a los denostados como catastrofistas que anunciaban problemas. Todos ellos
critican ahora a Zapatero con la naturalidad de quien lo ha hecho siempre.
Incluso exigen cierta complicidad de quienes éramos tachados, por ellos, de
fascistas. Es gratificante saber que eran legión los miembros de la resistencia
clandestina, muy clandestina, a la política de Zapatero. Estaban en todas
partes, según se ve ahora. En el PSOE, en el Estado y en todo el estamento
mediático socialista. Y para disimular y con la mejor técnica de la
conspiración, elogiaban, defendían, jaleaban y adulaban a Zapatero y a sus
huestes. Lo hicieron durante más de siete años hasta que su «madera de
Zapatero» (Suso del Toro) se convirtió en un leño. En el árbol caído
despreciado por todos. Pobre. Por eso ahora llegan al centrismo acogedor todos
estos adalides del «progresismo refrescante que había hecho surgir una ola de
esperanza en toda Europa», como cantaban los más poetas y bardos entre ellos. Y
como la vergüenza es una debilidad que aquí se sabe combatir, ya están dando
consejos otra vez. Y ya son indistinguibles de los entusiastas del oficialismo
del Gobierno que, un poco más centristas y provocan un agujero negro por
succión. Tan exquisita es su equidistancia de los perversos radicalismos.
Aunque si hay que congeniar con alguno, si en algún momento fuera
imprescindible, mejor con el izquierdismo que con el derechismo, tan puñeteramente
franquista éste. Al primero le rescatamos de la quiebra televisiva. Al otro, al
derechismo, ni agua. Así se demuestra que el centrismo radical es intachable,
porque es más que equidistante, es hasta un poco progresista. Todos los días
auscultando al enemigo. Hay que tranquilizarle. Y demostrarle que ellos no son
de esos. Y que por eso, a esos hay que denunciarlos. ¡Qué bien queda un club
centrista, que ha perdido dos tercios de la renta que se le dio, cuando acusa a
la pérfida ultraderecha de causarles tal sangría! Nada hay tan perfecto e
intocable como el centrismo. No hay éxtasis comparable al moderantismo. Son
felices hasta perdiendo siempre. Afabilidad, se llama. Sólo hay que tener la
justa medida de dejación, desistimiento e indolencia. Fobia a las ideas. Y
miedo cerval al conflicto. Si se gobierna mejor, pero si no tampoco hay que
ponerse así. En el centro todo es templadísimo. La perfección ahí es ser
intercambiable con el contrario. Se consigue. Ahí están los unos y los otros.
Lo único que no toleran es la voz facha que les quiebra la armonía. El apaño es
actitud.
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