ABC 14.12.12
La izquierda española no puede estar en manos de frikis que
aún cuestionan el capitalismo o la ley de la gravedad
EL Partido Socialista Obrero Español está hecha un asco. Él
mismo se autodiagnostica a diario últimamente dicho estado deplorable. Lo hacen
todos sus dirigentes, sus diversas corrientes y posibles o presuntos candidatos
al liderazgo en un futuro lleno de incertidumbres. En la oposición, sin poder
efectivo, sin medios y con unos sondeos cada vez más adversos, los socialistas
están en el peor momento de su historia desde que fueron reinventados en la
pretransición por Felipe y compañía. El hundimiento de su suelo electoral, que
no parece tocar fondo, está ya cerca de crear una situación sin precedentes en
la historia democrática española. Y es que tres partidos no muy diferentes en
tamaño (PSOE, IU y UPyD) se repartan el espacio que el PSOE dominó aplastantemente
y casi llegó a monopolizar. Es la misma izquierda que hace ocho años creía
entusiasmada haber encontrado un caudillo de un nuevo frentepopulismo para
inaugurar un nuevo régimen que relevara a la España constitucional de 1978. Ese
fue el gran objetivo que tantos acariciaron, que se comenzó a fraguar con el
Pacto del Tinell y las negociaciones del PSE con ETA, y que en realidad sólo
fracasó porque se cruzó en su camino una crisis económica que se llevó por
delante al Gran Timonel.
Se trataba de establecer un nuevo sistema político
«progresista» en el que la izquierda, en alianza estratégica con los regímenes
en las regiones dominadas por los nacionalismos, dispusiera con una mayoría
permanente y estable en el Congreso de los Diputados. El naufragio estrepitoso
de este proyecto llegó cuando Europa reaccionó a la ocultación de la crisis por
el Gobierno de España con la imposición de las primeras medidas en mayo de
2010. Desde entonces todo son desgracias para quienes se vieron tentados a
jugar con la España constitucional. Pero su fatídica herencia, el inmenso daño
infligido a este país en menos de una década, nos ha dejado ardiendo las
escombreras, la más llamativa de todas en estos momentos, Cataluña. Los
comunistas de Izquierda Unida, cada vez más alejados de la Constitución, le
arrebatan el voto radical. UPyD, con una oposición de centroizquierda nacional
y efectista, le quita un voto moderado, harto de la complicidad del PSOE con
política contra el propio concepto de España.
Tienen razón quienes se preocupan porque creen necesaria una
izquierda sólida y democrática en España. Es imprescindible. Lo que no está
claro es que tenga que ser el PSOE. Quizás no deba serlo. Debe ser un partido
socialdemócrata como el que González pretendió construir, con todos los medios,
durante casi tres lustros de gobierno. Está claro que no lo logró. Bastó que
llegara un joven indocumentado e insensato a ganar unas elecciones por «méritos
ajenos» en 2004 para que todo el PSOE, toda la izquierda, se lanzara a la
reedición de un socialismo radical de combate que encontraba su legitimidad, no
en la socialdemocracia europea de Willy Brandt y Bruno Kreisky, sino en las
simas históricas violentas y revanchistas de Largo Caballero. Ahora, cuando la
justicia poética o histórica ha convertido al PSOE en la escombrera en que éste
convirtió España, sería iluso pensar que la refundación la van a hacer
Rubalcaba o Chacón, dos de los principales responsables de la tragedia nacional
vivida en dos legislaturas. Quizás salga alguien del PSOE. Quizás no. Quizás
sea hora de enterrar unas siglas ya inseparables de la guerra y del
zapaterismo. La izquierda española no puede estar en manos de frikis que
aún cuestionan el capitalismo o la ley de la gravedad como si fueran un club indigenista.
Quizás con otro nombre por fin le surjan a la izquierda española ideas y
personas de relevancia.
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