ABC 20.04.13
EE.UU. ha demostrado que las tragedias las asume toda la
nación. Así sale victoriosa
Una ciudad cerrada y paralizada. Toda la población de la
región pendiente de las instrucciones de la policía. Toda la nación a la espera
de las noticias de sus fuerzas de seguridad en plena lucha contra el enemigo,
contra el mal. En directo. El enemigo ya quedó pronto claramente identificado.
En la imagen de un joven delgado, de pelo acaracolado y aspecto frágil, que ya
encarna como nadie la tragedia que se ha abatido sobre Estados Unidos esta
semana. «Creo que es justo decir que durante toda esta semana hemos tenido un
enfrentamiento realmente directo con el mal», dijo ayer el secretario de Estado
John Kerry. Y pocos norteamericanos se lo negarán. Las bombas del maratón
contra deportistas y familias como el atentado mas artero y miserable que cabe
imaginar; las cartas con veneno a políticos, presidente Barack Obama incluido;
la explosión accidental de la fábrica de fertilizantes en West en Texas con sus
doce muertos y 200 heridos; la semana ha sido una cadena de sobresaltos
trágicos sin solución de continuidad. La suma de todo ha llevado a la sociedad
a un estado de ánimo de terrible ansiedad y cercano a la paranoia, en la que
toda noticia inesperada parece un nuevo ataque. Pero pocas sociedades
reaccionan mejor ante el ataque, de la fatalidad o el peor enemigo y ayer
estaba ya en todos los frentes en la ofensiva. Y ayer, con los rescoldos aun
vivos del paisaje de guerra que dejó la terrible explosión en Texas, toda la
épica de la lucha de los norteamericanos contra el mal y la desgracia había
vuelto al muy urbano y cuidado paisaje de Boston y sus alrededores.
La caza del hombre, la caza del enemigo, se extendió de
forma frenética este viernes por la ciudad y sus alrededores. Con los dos
autores del atentado del maratón de Boston del lunes ya plenamente
identificados, dos hermanos de origen checheno, residentes en Massachussetts
desde hace años. Horas después estaba ya uno de ellos muerto, el mayor, de 26
años, Tamerlán Tsarnáev. Y el joven, Dzojar Tsarnáev, estaba en fuga con
decenas de miles de policías y fuerzas especiales sobre sus talones. Salieron
de su escondite tras ser identificados, asaltaron una tienda y mataron a un
vigilante en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachussets). Tras un
tiroteo, el mayor, herido, fue atropellado por su hermano en la maniobra de
huida. La familia había llegado a Cambridge, junto a Boston en el año 2003.
Procedían de Kirguistán, donde había nacido el mayor. El joven nació en
Daguestán, en el corazón del Cáucaso, cerca de Chechenia, en una geografía tan agreste
como castigada por la guerra, la violencia y espanto. Y siempre cautiva por
odios tribales, fanatismos religiosos y una tradición imperecedera de
brutalidad. De crueldad, como solía decir Leo Tolstoi, que vivió la épica
guerrera del Cáucaso. Decía ayer Ramzan Kadyrov, el caudillo brutal y corrupto
que el Kremlin impuso en Chechenia tras la sangrienta pacificación, que nadie
intentara involucrar a su país. Porque, los hermanos aprendieron esa violencia
en EEUU, dijo. Es absurdo especular sobre móvil o trasfondo. Claro está que los
hermanos han sido la puntual encarnación del mal, la fatalidad del enemigo.
EE.UU. ha vuelto a demostrar que las tragedias las asume la nación entera. Con
la misma determinación que la guerra. Esa cohesión ayuda a superar el sufrimiento.
Pero también y sobre todo a salir victoriosos.
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