ABC 30.04.13
Este Gobierno debería haber explicado a los españoles desde
un principio cuánto daño se ha hecho aquí
PIDE paciencia Mariano Rajoy. Dice que él sabe adónde vamos.
Que todo saldrá bien. Y que tengamos «un poquito», ha dicho, de paciencia.
Rajoy pide demasiado. No porque no podamos, debamos y tengamos que esperar a
ver si esta política produce resultados. Porque es cierto que es muy pronto. Y
no lo es menos que los más impacientes son los que no tuvieron empacho en pasar
ocho años indolentes viendo cómo Zapatero generaba en España mayor y más
generalizada devastación de lo que habría causado una pequeña guerra. Mientras
muchos de ellos hacían fortuna. Como tanto periodistas de nuestra izquierda,
millonarios gracias a las célebres sinergias entre lo público y lo privado que
utilizaron con tanto garbo y rédito.
Rajoy, decíamos, pide demasiado al pedir paciencia. Pero
porque la pide a cambio de nada. Porque el Gobierno no ha dado razones a la
sociedad para esa paciencia. Y ha distribuido desprecio y desapego hacia
quienes le han instado a hacer el esfuerzo pedagógico necesario para que la
ciudadanía tenga una idea de lo que se pretende. Lo que nos jugamos. Y tenga la
impresión de que sus angustias al menos se conocen. El fracaso de comunicación
de este Gobierno es suma de ineptitud y arrogancia, que pospone, a cualquier
punto del futuro que convenga todas las explicaciones, todas las respuestas a
todas las preguntas de una sociedad que se siente maltratada y, más que
engañada, ignorada. Porque engañar, engañaba mejor el Gobierno de Zapatero. Que
Rajoy no haya cumplido con casi nada de lo prometido, y hecho mucho de lo que
siempre descartó hacer, tiene valoraciones diversas. Muchos están dispuestos a
aceptar que, ante el inmenso daño habido, el Gobierno tuviera que romper
promesas económicas por fuerza mayor. Pero ha roto otras que podía cumplir con
simple voluntad política. Y músculo para defender unos principios que ha
olvidado.
Es tanta la continuidad culpable con lo peor del zapaterismo
que si el escándalo Bolinaga parecía un fallo de criterio, hoy parece claro que
es la pauta. Esta especie de despotismo fatuo del presidente que nos obsequia
con medias verdades por los pasillos y con displicencia. Ahora pide paciencia
cuando cunde el miedo. Cuando su pasividad es la mejor aliada de quienes
quieren asaltar calle e instituciones y acabar con la democracia. Millones de
españoles han visto hechos añicos sus planes de vida. Esto merece algo más que
una llamada malhumorada a la paciencia. Este Gobierno debería haber explicado a
los españoles desde un principio cuánto daño se ha hecho aquí. Y haber llevado
a los tribunales a los culpables. Sin medallas. Debería haber recortado ya
radicalmente una administración que nos empobrece y paraliza, cuando no
sabotea. Y haber superado esa cobardía cósmica que siempre le lleva a las soluciones
más fáciles que pagan los más débiles.
Ese miedo al conflicto, esas ansias de armonía que lo dejan
inerme ante el chantaje, de sindicatos, de separatistas, de mafiosos o de
fuera. Tenía -y aún tiene- el poder y la legitimidad para el salto histórico,
el cambio radical necesario. Necesita explicar a quienes no tienen por qué
saberlo, que si no se poda ahora, bien y rápido, pronto se talará sin piedad.
Que estamos ante la última oportunidad de España de seguir en el mundo
desarrollado. Que si no constituimos ya un Estado competitivo para estar dentro
de una Unión Europea competitiva, dentro de veinte años las condiciones
laborales en España las dictarán los chinos. Ellos, la paciencia no nos la
pedirán. Entonces pueden ir todos a llorar a televisión por sus derechos
laborales. Pero también por sus libertades.
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