domingo, 22 de febrero de 2015

EL ABUSO DEL PERDÓN

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  04.12.12


El oscurecimiento del pensamiento, causa de impunidad e injusticia, pero también de desprecio a la ley, son el diagnóstico perfecto de lo que ha sucedido en el mundo desarrollado

AYER tuve el honor de participar en la presentación de las Obras Completas del Papa Benedicto XVI en Madrid. Nada menos que con el cardenal y arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, y mi admirado Olegario González de Cardedal. Invitado por la Biblioteca de Autores Cristianos. No era yo por supuesto el encargado de hablar de la Teología de la liturgia, a la que está dedicada el primer volumen. Yo hablé de este Papa, del momento y «del mundo de fuera». A partir de una reflexión del Papa Ratzinger que creo va directamente a las raíces de muchos de nuestros males y debilidades. Aludía el Papa a todos estos años en los que, en el seno de la iglesia se había ocultado el mal -el mal de los abusos pederastas-. Y señalaba que a partir de los años sesenta del pasado siglo se había hecho fuerte en la Iglesia la idea de que debía ser sólo iglesia del amor. Y no iglesia del derecho, como hasta entonces. Con un concepto del perdón tan general que acababa excluyendo el castigo. Y en la Iglesia se dejó de castigar. Y se generó la impunidad. Ignorando que la sanción debe ser un acto de amor. Al castigado, pero ante todo a la víctima. En aquellos años se produjo, decía el Papa «también en las gentes muy buenas, un curioso oscurecimiento del pensamiento» (Eine merkwürdige Verdunkelung des Denkens). Y añadía que debemos volver a aprender a reencontrar el justo equilibrio entre el amor al pecador y el amor a la víctima. Ese cambio de conciencia llevó al eclipse del derecho, de la justicia. Y se cayó en un reduccionismo del concepto del amor, que no debe ser sólo cariño y afectuosidad, sino ante todo amor a la verdad. Y a la verdad pertenece también hacer justicia.

Ese oscurecimiento del pensamiento, ese pensamiento débil, causa de impunidad e injusticia, pero también de desvarío, falta de claridad y probidad, ausencia de reglas y desprecio a la ley, son el diagnóstico perfecto de lo que ha sucedido en el mundo desarrollado. Miremos alrededor, la impunidad y la falta de responsabilidad y no sólo, aunque sí especialmente, de los más poderosos. El desprecio al débil y a la víctima, la ignorancia de las leyes que es causa de tantas desgracias. Desarmada la justicia que premia al justo, resarce a la víctima y castiga al culpable, desactivada esta justicia que pone un orden en nuestros valores, todo vale lo mismo.

Rotos los códigos, las jerarquías y el orden de dichos valores por un siempre obsceno «todo vale», todo y nada importa lo mismo. Lo bueno y lo malo. Mozart y las maracas. Velázquez y un garabato. Lo auténtico y lo falso. La verdad y la mentira. El verdugo y la víctima. Mis principios de ahora, los de ayer u otros que quizás gusten más. Ahí está, nos dice este Papa una clave del relativismo que ha crecido hasta convertirse en un monstruo que nos tiraniza. Y que amenaza implacable a cualquiera que ose desafiar su lógica y órdenes. Hay que hacer frente a ese tirano y a sus muchos lacayos. Con nuestros valores. Pero además con valor. Y que hay que saber aguantar el insulto y la ridiculización. La ofensa y la agresión. Porque la verdad existe. Y luchar por encontrarla y defenderla es un derecho pero además el camino seguro para salir del mundo chato y romo, de la sociedad que compite en la angustia, la ansiedad y el miedo. Hacia una vida más amplia, más libre, más rica y auténtica, a la postre, verdadera.

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