ABC 04.12.12
El oscurecimiento del pensamiento, causa de impunidad e
injusticia, pero también de desprecio a la ley, son el diagnóstico perfecto de
lo que ha sucedido en el mundo desarrollado
AYER tuve el honor de participar en la presentación de las
Obras Completas del Papa Benedicto XVI en Madrid. Nada menos que con el
cardenal y arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, y mi admirado Olegario
González de Cardedal. Invitado por la Biblioteca de Autores Cristianos. No era
yo por supuesto el encargado de hablar de la Teología de la liturgia, a la que
está dedicada el primer volumen. Yo hablé de este Papa, del momento y «del
mundo de fuera». A partir de una reflexión del Papa Ratzinger que creo va
directamente a las raíces de muchos de nuestros males y debilidades. Aludía el
Papa a todos estos años en los que, en el seno de la iglesia se había ocultado
el mal -el mal de los abusos pederastas-. Y señalaba que a partir de los años
sesenta del pasado siglo se había hecho fuerte en la Iglesia la idea de que
debía ser sólo iglesia del amor. Y no iglesia del derecho, como hasta entonces.
Con un concepto del perdón tan general que acababa excluyendo el castigo. Y en
la Iglesia se dejó de castigar. Y se generó la impunidad. Ignorando que la
sanción debe ser un acto de amor. Al castigado, pero ante todo a la víctima. En
aquellos años se produjo, decía el Papa «también en las gentes muy buenas, un
curioso oscurecimiento del pensamiento» (Eine merkwürdige Verdunkelung des
Denkens). Y añadía que debemos volver a aprender a reencontrar el justo
equilibrio entre el amor al pecador y el amor a la víctima. Ese cambio de
conciencia llevó al eclipse del derecho, de la justicia. Y se cayó en un reduccionismo
del concepto del amor, que no debe ser sólo cariño y afectuosidad, sino ante
todo amor a la verdad. Y a la verdad pertenece también hacer justicia.
Ese oscurecimiento del pensamiento, ese pensamiento débil,
causa de impunidad e injusticia, pero también de desvarío, falta de claridad y
probidad, ausencia de reglas y desprecio a la ley, son el diagnóstico perfecto
de lo que ha sucedido en el mundo desarrollado. Miremos alrededor, la impunidad
y la falta de responsabilidad y no sólo, aunque sí especialmente, de los más
poderosos. El desprecio al débil y a la víctima, la ignorancia de las leyes que
es causa de tantas desgracias. Desarmada la justicia que premia al justo,
resarce a la víctima y castiga al culpable, desactivada esta justicia que pone un
orden en nuestros valores, todo vale lo mismo.
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