lunes, 23 de febrero de 2015

TERAPIA AUSTRIACA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  15.02.13


Está demostrado. La imagen del político corrupto preso es una terapia benefactora que se instala en la retina colectiva

MILLONES de españoles luchamos todas las mañanas con el hígado para no vomitar la primera papilla con las noticias que desayunamos. Los escándalos de robos, llamémoslo robos, por parte de políticos, llenan las páginas y los espacios de radio y televisión. Y si varían algo en las técnicas, tampoco es que tengamos genios en el virtuosismo de la estafa sofisticada. Ese que dio glorias entretenidas en Europa en el siglo XX y cuyo último gran fabulador en España fue Gonzalo Torrente Malvido. Aquí no tenemos imaginación sino rapacidad. No hay finura sino zafiedad glotona y vulgar. No hay elegancia ninguna sino rufianismo pretencioso. El único entre los cacos -supuestos habrá que decir- que muestra un poquito de nivel en el enredo es «el cabrón de Luis» Bárcenas. Que ha organizado un pollo lo suficientemente enrevesado como para seguir enredando en libertad. Mientras, come ostras en Francia y se bebe todo el champán. Ha montado un lío que le basta para llevárselo crudo, alimentar egos y quizás algo más y hundir en el ridículo cruel al diario que se creía aun alguien y capaz de derribar a un gobierno de mayoría absoluta con una campaña a partir de unas fotocopias. Esperemos que, gracias a las brillantes ayudas recibidas, casi menos por amigos que por enemigos, Bárcenas y algunos otros listos no se vayan de rositas. En los anales en todo caso entrará la vocación al cambalache de una dirección del PP que ha creído de verdad que podría marear a todos indefinidamente con medias verdades y parches tan chapuceros y lerdos como solo el PP sabe hacer.
Pero volvamos a nuestros ladrones patrios, que no han inventado nada. Han hecho masivamente, eso sí, lo que el ministro del Interior austriaco, Ernst Strasser, solo logró en grado de tentativa. Y por lo que ahora cumple cuatro años de cárcel. Austria, que tiene su propia historia de la corrupción rica y hasta literaria, ya goza de los magníficos efectos para el ánimo colectivo que supone ver que los políticos corruptos van a la cárcel. De verdad. Hasta hace dos décadas, con dos grandes partidos, sindicatos, todopoderosas cámaras de comercio, concertación y estado asistencial, había cien veces más corrupción que ahora. Pero -eso del «hoy por ti, mañana por mí»- nadie pagaba. Aquello daba un cierto aire suroriental a la política en Viena, en cuyo Tercer Distrito, solía decir el canciller Metternich, empezaban los Balcanes y sus oscuros hábitos. Hoy esas brumas de complicidad son impensables. Los políticos y los banqueros que roban van a la cárcel. Está demostrado. La imagen del político corrupto preso es una terapia benefactora que se instala en la retina colectiva. Eso no significa que se haya acabado la corrupción. Lo que se ha acabado es la impunidad.

Ahora estamos asistiendo en Cataluña a un escándalo que han dado en llamar de espionaje. Las prácticas mafiosas y de espionaje entre partidos son terroríficas. Escandalizan hasta a los mafiosos rusos. Pero más grave es que Jordi Pujol hijo, acusado por su exnovia de tratarla como el jovencito Nicu Ceaucescu a sus esclavas sexuales, de evasión masiva de capital, de negocios ilegales y fortunas inmensas de procedencia no explicada, ande por ahí como si le acusaran de saltarse un semáforo. Y que tenga aterrorizada y temiendo por su vida a la exnovia que, visto lo visto de los encuentros en el restaurante Camarga, es la única persona que se ha portado con decencia en este siniestro sainete. La sordidez añadida a la rapacidad y chulería en este caso solo revela la urgencia de ver la terapia austriaca aplicada en toda España.

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