ABC 20.11.12
UN portavoz del PP ha pedido a Durán i Lleida que devuelva
su pasaporte diplomático y dimita como presidente de la Comisión de Exteriores
del Congreso. Ya era hora de que el partido en el Gobierno dijera algo sobre el
disparate que supone que presida la comisión de Exteriores del Parlamento del
Reino de España un autoproclamado traidor que utiliza todos los recursos a su
disposición para ayudar a causar daño al Estado dentro y fuera de su
territorio. Con objeto expreso de destruirlo. Nada ha dicho. Ahí sigue con esa
inefable pose hipócrita que sólo el dontacredismo patrio ha podido interpretar
tanto tiempo como moderación o elegancia. Hoy la situación con Durán viene a
ser la que se habría creado de haber permitido el PP que entraran en la
Comisión de secretos oficiales del Congreso representantes de Esquerra
Republicana, de Amaiur o cualquier otro grupo de enemigos declarados del Estado
y colaboradores con el terrorismo que con tanta deferencia por lo demás
tratamos. Aquel extraño gesto de sentido común de impedirles el acceso a la
información más confidencial y sensible para nuestra seguridad fue criticado
como una ofensa al nacionalismo catalán. Hoy sabemos que la deslealtad y las
ganas de hacer daño a la convivencia nacional no es una prioridad ya solo para
esos radicales del nacionalsocialismo de ERC, sino también para los supuestos
moderados de un nacionalismo definitivamente echado al monte. Quienes quieren
destruir nuestra patria común y libertad son nuestros enemigos. Al anterior
presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero y al -aun hoy, inexplicablemente-
presidente del Tribunal Constitucional, al juez socialista Pascual Sala,
debemos que los máximos enemigos del Estado estén integrados en nuestras
instituciones. Y se beneficien de instalaciones, informaciones y dineros del
Estado para sus fines. Que no son otros que sabotear este Estado hasta que
desaparezca. Desde las bases de datos de la Diputación guipuzcoana a los censos
vascos y catalanes, desde los pagos a partidos a los dineros oficiales que fluyen
por los conductos controlados por los nacionalistas, todo son recursos del
Estado que se facilitan graciosamente a los enemigos del mismo. Esos son los
enemigos más sinceros. Los que siempre dejaron claro que su objetivo es
destruir España y su democracia. Pero esta revuelta requiere ahora una serena
pero firme respuesta de la España constitucional. Que está en plena inmersión
en este otoño de 2012 en la marmita de la pócima del sentido común. Forzada por
la brutal realidad.
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