ABC 01.01.13
Es la primera vez que el debate de la seguridad y del
respeto a la mujer se abre con esta profundidad y fuerza
LAS mejores imágenes de estas Navidades nos las han dado
unas gentes que, en su inmensa y multitudinaria mayoría, no saben que existen
estas fiestas cristianas. Son las escenas de grandes concentraciones de
hombres, mujeres y niños en muchas ciudades de la India. Gentes de muchas
castas y de muchísimas lenguas, de ciudades grandes y pequeñas que en este
inmenso país y subcontinente alberga a más de 1.200 millones de habitantes.
Movilizados por la consternación, por la compasión y por la sed de justicia.
Han salido a la calle en toda la vastísima geografía de lo
que para muchos es la patria de la resignación, la raza de la pasividad y la
religión de la paciencia. Las manifestaciones han sido la expresión popular de
un trauma generado por un crimen monstruoso. Sucedió hace quince días en un
sábado en Nueva Delhi. La joven y su novio tuvieron la desgracia de subirse a
un autobús que habían robado seis individuos. Habían simulado normalidad en el
servicio y hasta les cobraron por subir al vehículo en el que, de inmediato,
comenzaría su terrible tortura.
El novio recibió una bestial paliza con barras de hierro. No
quedó fuera de peligro de muerte hasta después de muerta ella. Que sufrió lo
indecible, violada por los seis secuestradores de la banda, que después se
ensañaron con ella hasta destrozarle el cuerpo por dentro y fuera. Tres veces
fue operada en la India antes de que la trasladaran a un hospital en Singapur.
Cuando se pensaba que podría recuperarse murió de un fallo
cardiaco. Los seis autores de la bárbara agresión están detenidos. Pero lo más
importante tras el trágico fin de Amanaat, «la valiosa», la víctima, es sin
duda la reacción civil que ha generado, que es insólita en la India y que
muchos ya consideran tendrá serias consecuencias políticas. Porque ha salido a
la calle para expresar su dolor, su indignación y su respeto por la víctima, la
nueva clase media de la India. Y ha salido también y, quizás ante todo, para
exigir que esta violencia tenga consecuencias, que los políticos y la Policía
cumplan -nunca lo hicieron- con su deber de proteger a la población.
Porque de repente hay masa crítica en las ciudades de la
India para movilizarse en la repulsión por estos actos. Y ya hay compromiso
moral y social para que gran parte de la población se sienta obligada a salir
de la privacidad a lo público, a actuar en condena de unas agresiones de las
que se siente objeto y que Amanaat simboliza ya. En la India se ha desatado así
un debate parecido al habido en Estados Unidos sobre las armas tras la matanza
de Newtown. Con la diferencia de que en la India es la primera vez que este
debate, el de la seguridad, el de la obligación de los gobernantes y el del
respeto a la mujer, se abre con esta profundidad, extensión y fuerza.
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