lunes, 23 de febrero de 2015

MILAGRO EN LA INDIA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  01.01.13


Es la primera vez que el debate de la seguridad y del respeto a la mujer se abre con esta profundidad y fuerza

LAS mejores imágenes de estas Navidades nos las han dado unas gentes que, en su inmensa y multitudinaria mayoría, no saben que existen estas fiestas cristianas. Son las escenas de grandes concentraciones de hombres, mujeres y niños en muchas ciudades de la India. Gentes de muchas castas y de muchísimas lenguas, de ciudades grandes y pequeñas que en este inmenso país y subcontinente alberga a más de 1.200 millones de habitantes. Movilizados por la consternación, por la compasión y por la sed de justicia.

Han salido a la calle en toda la vastísima geografía de lo que para muchos es la patria de la resignación, la raza de la pasividad y la religión de la paciencia. Las manifestaciones han sido la expresión popular de un trauma generado por un crimen monstruoso. Sucedió hace quince días en un sábado en Nueva Delhi. La joven y su novio tuvieron la desgracia de subirse a un autobús que habían robado seis individuos. Habían simulado normalidad en el servicio y hasta les cobraron por subir al vehículo en el que, de inmediato, comenzaría su terrible tortura.

El novio recibió una bestial paliza con barras de hierro. No quedó fuera de peligro de muerte hasta después de muerta ella. Que sufrió lo indecible, violada por los seis secuestradores de la banda, que después se ensañaron con ella hasta destrozarle el cuerpo por dentro y fuera. Tres veces fue operada en la India antes de que la trasladaran a un hospital en Singapur.

Cuando se pensaba que podría recuperarse murió de un fallo cardiaco. Los seis autores de la bárbara agresión están detenidos. Pero lo más importante tras el trágico fin de Amanaat, «la valiosa», la víctima, es sin duda la reacción civil que ha generado, que es insólita en la India y que muchos ya consideran tendrá serias consecuencias políticas. Porque ha salido a la calle para expresar su dolor, su indignación y su respeto por la víctima, la nueva clase media de la India. Y ha salido también y, quizás ante todo, para exigir que esta violencia tenga consecuencias, que los políticos y la Policía cumplan -nunca lo hicieron- con su deber de proteger a la población.

Porque de repente hay masa crítica en las ciudades de la India para movilizarse en la repulsión por estos actos. Y ya hay compromiso moral y social para que gran parte de la población se sienta obligada a salir de la privacidad a lo público, a actuar en condena de unas agresiones de las que se siente objeto y que Amanaat simboliza ya. En la India se ha desatado así un debate parecido al habido en Estados Unidos sobre las armas tras la matanza de Newtown. Con la diferencia de que en la India es la primera vez que este debate, el de la seguridad, el de la obligación de los gobernantes y el del respeto a la mujer, se abre con esta profundidad, extensión y fuerza.

Es el choque entre la nueva India y la vieja. Es la clase media que se libera de tiránicas tradiciones para incrementar cultura, derechos y tolerancia -a la que pertenecía la agredida-, frente a la India de la miseria de los suburbios, la ignorancia y la brutalidad -la de los agresores-. Pero el milagro de esta Navidad en la India está en que se ha manifestado por primera vez con tanta claridad y fuerza una nueva clase, pero también un nuevo tipo de individuo, de hombre y mujer, de ciudadano, que exige responsabilidades a los políticos. Y que abandona la pasividad y la resignación en aras de la dignidad y la justicia. Precioso milagro.

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