Por HERMANN TERTSCH
ABC 06.11.12
El manifiesto de la izquierda no es sino una forma
alambicada de darle al nacionalismo catalán todo lo que quiere
EN defensa de los ahora sorprendidos por el delirio desatado
en Cataluña hay que decir que todo el disparate supera con mucho lo que
preveíamos los más pesimistas. Porque la fuga hacia el desafío soberanista de
un Artur Mas incapaz de lidiar con la crisis era previsible. En los cenáculos
se contaba con ello para el año próximo. Que para entonces diera el
nacionalismo toda la lata posible de cara al año redondo y sentimental del
tricentenario de su Gran Mentira. Pero es evidente que todos sobreestimaron la
capacidad de aguante del presidente de la Generalidad. Y su criterio. Y su
carácter. Y su decencia. Y su inteligencia. Don Artur ha demostrado que es
mucho menos y mucho peor de lo que sus mejores enemigos pensaban, los que ahora
le alimentan el «ego providencial». Ha demostrado ser un cobarde incapaz de
afrontar los retos para la modernización que ha de acometer Cataluña para no
quedarse para siempre donde lentamente se ha ido instalando. Es decir, en la
parálisis ruinosa de una economía en declive, una sociedad dependiente y una
administración corrupta. El señor Mas va camino de crear un Estado fallido sin
siquiera haber tenido Estado. Y por eso, en el ataque de pánico que siguió a la
Diada, el señor presidente decidió tirarse por el precipicio. Gritando mucho,
para que le salven desde Madrid, antes de partirse la crisma. Pero como todo lo
que le sucede le viene grande, muy grande, ya ha tropezado mil veces. Y se
salta por ello, una tras otra, todas las líneas rojas, todos los límites, rompe
todas las redes que lo habrían mantenido con vida antes de llegar al fondo. Y
Artur cae y grita.
Ya se pavonea de sus próximos delitos y presume de traidor y
de perjuro. Cuando se recurre a tantas bajezas no hay discurso épico creíble.
Todo resulta más falso que las expectativas creadas, más mentiroso que todas
las promesas de independencia indolora. Porque las realidades son tercas y las
proclamas que intentan ocultarlas son cada vez más enajenadas, cada vez más
solipsistas, cada vez más paletas. Y sigue cayendo Mas y grita mucho a la
espera de la mano salvadora que lo salve del aplastamiento contra la realidad
con toda la terrible fuerza de las leyes físicas que niega. Y ayer hacía un
guiño en la caída a este manifiesto que gentes de la izquierda española han
improvisado para salvarle. Ahí llega al rescate la izquierda española, tan poco
española ella, siempre temerosa de que pueda reactivarse, como reacción lógica
de una sociedad harta, una idea de la España unida. Preocupada de que la unidad
de España genere atracción y despierte el interés y la emoción de los españoles
ante tanto espectáculo grotesco, tanto provincianismo chulesco, tanto egoísmo,
tanta mezquindad, tanto dolor y tantísimo daño que nacionalismo e izquierda han
hecho juntos en los pasados años. El manifiesto de la izquierda, pergeñado por
amigos de Rubalcaba y, eso sí, firmado también por gente decente, no es sino
una forma alambicada de darle al nacionalismo catalán todo lo que quiere. De
llevar a toda España a ceder de nuevo al chantaje de Artur Mas. Siempre en
contra de la soberanía española. Pero se equivocan quienes creen que con un
apaño aquí todos otra vez dispuestos a hacer concesiones al proyecto
nacionalista que ya ha mostrado todo su carácter totalitario. Por eso hay otro
manifiesto. Y no firmado por cómplices de este delirio antiespañol, sino por
españoles de toda condición que dicen basta ya a tanto chantaje y alzan su voz
en defensa de la Constitución y la Unidad de España. Estoy con ellos.
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