domingo, 22 de febrero de 2015

LA POLÍTICA VIRTUAL

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  07.12.12


El inútil reconocimiento de un Estado que no existe sólo podía desencadenar una unilateralidad solitaria de Israel

¡QUÉ entusiasmo!, qué alegría mostraban todos los medios árabes, los enemigos de Israel, la izquierda europea y tantísimo biempensante por todo el globo, cuando la Asamblea de Naciones Unidas votó por abrumadora mayoría a favor de que existiera un «Estado palestino». Y se lanzó a celebrar el hecho -al menos cuestionable- de que algo que no existía comenzara a hacerlo porque lo decretaran 138 votos a favor. Y porque no lo impedían 9 votos en contra y 41 abstenciones. Y pese a no tener un territorio definido. Ni un Gobierno unitario que tenga sobre todo su territorio. No se cumplían las mínimas condiciones. Y no se cumplieron después del voto. Ninguna realidad cambiaba sobre el terreno. Porque toda la fiesta de Nueva York se hacía sin participación del principal actor. El protagonista, uno de ellos, no había sido invitado. Es más, toda la fiesta y la gala estaba ideada y organizada para exponer su marginación. La fiesta no era para celebrar a un recién llegado -que no es uno, sino son de momento dos, Abu Mazen y Hamás- sino para humillar y despreciar al no invitado.

Dos días más tarde, los lloros eran generalizados. El espanto fue general cuando se vio que el marginado e insultado, una vez solo, había decidido actuar como le habían dejado, solo. Y estupefactos quedaron, tanto los malintencionados de siempre como todos los bienintencionados que hacían pretender creer que, con decir ellos que un Estado existe, esto sucede. Que pensaban que encima quedarían bien y gratis con la opinión pública propia, o al menos la publicada. Y han descubierto, horror, que los votos en Asamblea de la ONU de decenas de estados fallidos, dictaduras y satrapías y temerosas democracias con población y voto musulmán o meramente desnortadas, como la nuestra, no han creado un Estado. Ni han resuelto ningún problema, sino generado varios y muy serios.

El presidente del Gobierno de Israel, Bibi Netanyahu, ha echado mano del órdago también. Y de una forma tan drástica que debería estar ya buscando fórmulas para bajarse del mismo. Porque las medidas anunciadas supondrían el adiós definitivo a cualquier proyecto de Estado palestino viable en una solución de dos estados. Y esta solución para una paz estable es la que tiene hoy mayoría en Israel. No está claro que aun la tenga entre la población palestina. Donde la tesis de la destrucción de Israel, promulgada por esos terroristas de Hamás ahora premiados por Occidente, aumenta en popularidad. Y tiene todo el respaldo de las masas islamistas ahora movilizadas en los países árabes y desde luego en Irán y otras dictaduras. La unilateralidad multitudinaria de los festejantes del Estado palestino creía poder hacer política virtual y ha desencadenado todo este desatino. Por la irresponsabilidad de las democracias de dejarse llevar por la senda del efectismo sentimental sin pensar en las consecuencias. Max Weber era un desconocido para un Zapatero de pensamiento débil que nada sabía de la ética de la responsabilidad. Y que dio así el definitivo empujón a España en su deriva de deterioro, debilidad y depresión. Pero los dirigentes democráticos del mundo -de los otros nada que decir- no le van a la zaga. La unilateralidad del inútil reconocimiento de un Estado que no existe sólo podía desencadenar una unilateralidad solitaria de Israel. Y ésta es, por desgracia, de una contundencia que a nadie sirve. Netanyahu habrá de bajarse del carro de la definitiva partición de Cisjordania por los nuevos asentamientos. Pero Israel ha recibido una vez más el claro mensaje de que las democracias europeas no puede esperar sino debilidad de pensamiento y principios. Y en el peligro, traición.

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