ABC 07.12.12
El inútil reconocimiento de un Estado que no existe sólo
podía desencadenar una unilateralidad solitaria de Israel
¡QUÉ entusiasmo!, qué alegría mostraban todos los medios
árabes, los enemigos de Israel, la izquierda europea y tantísimo biempensante
por todo el globo, cuando la Asamblea de Naciones Unidas votó por abrumadora
mayoría a favor de que existiera un «Estado palestino». Y se lanzó a celebrar
el hecho -al menos cuestionable- de que algo que no existía comenzara a hacerlo
porque lo decretaran 138 votos a favor. Y porque no lo impedían 9 votos en
contra y 41 abstenciones. Y pese a no tener un territorio definido. Ni un
Gobierno unitario que tenga sobre todo su territorio. No se cumplían las
mínimas condiciones. Y no se cumplieron después del voto. Ninguna realidad
cambiaba sobre el terreno. Porque toda la fiesta de Nueva York se hacía sin
participación del principal actor. El protagonista, uno de ellos, no había sido
invitado. Es más, toda la fiesta y la gala estaba ideada y organizada para
exponer su marginación. La fiesta no era para celebrar a un recién llegado -que
no es uno, sino son de momento dos, Abu Mazen y Hamás- sino para humillar y
despreciar al no invitado.
Dos días más tarde, los lloros eran generalizados. El
espanto fue general cuando se vio que el marginado e insultado, una vez solo,
había decidido actuar como le habían dejado, solo. Y estupefactos quedaron,
tanto los malintencionados de siempre como todos los bienintencionados que
hacían pretender creer que, con decir ellos que un Estado existe, esto sucede.
Que pensaban que encima quedarían bien y gratis con la opinión pública propia,
o al menos la publicada. Y han descubierto, horror, que los votos en Asamblea
de la ONU de decenas de estados fallidos, dictaduras y satrapías y temerosas
democracias con población y voto musulmán o meramente desnortadas, como la
nuestra, no han creado un Estado. Ni han resuelto ningún problema, sino
generado varios y muy serios.
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