ABC 04.05.13
LEOPOLD ENGLEITNER (1905-2013)
Ha muerto con nada menos que 107 años, después de una vida
perfectamente inverosímil. Hasta el final. Porque hace unas semanas concedía
una entrevista a la televisión local con motivo de las diversas efemérides,
todas tristes, que se celebran este año en el ochenta aniversario de la llegada
de Hitler al poder. Y el 75. Aniversario de la anexión de Austria al Tercer
Reich. En aquella fecha, Leopold Engleitner, nacido junto al pintoresco Lago
Wolfgang en la Alta Austria, era ya un adulto de 35 años que vio llegar a las
tropas alemanas sin el entusiasmo mostrado por la mayoría de sus compatriotas.
Por eso, porque entonces era ya un hombre plenamente consciente, atento y
comprometido, al que su insólita longevidad preservó hasta las presentes
generaciones, Engleitner ha sido un testigo extraordinario del infierno
nacionalsocialista.
Todavía hay supervivientes de los campos vivos, pero ya
ninguno que, como este anciano austriaco, pudiera evocar sus vivencia en los
años de la toma de poder de Hitler, los enfrentamientos callejeros en Viena
entre comunistas y austrofascistas, el asesinato del canciller Dollfuss, la
entrada triunfal de Hitler en Viena y la deportación de los judíos austríacos
hacia los campos de exterminio en Polonia.
Engleitner no era judío y como austriaco se podía haber
adecuado a las «nuevas circunstancias» después de aquel marzo de 1938. Pero un
año después era detenido con otros compañeros de fe. Porque este austriaco,
crecido en un entorno católico como la mayoría de los austriacos, era un testigo
de Jehová, una creencia religiosa a la que el nazismo había ya calificado como
enemiga por su incondicional objeción de conciencia. Engleitner y sus amigos
fueron llamados a filas y su negativa les llevó directamente a uno de los
nuevos campos de concentración erigidos por el nazismo, este en Bad Ischl.
Después pasaría por Linz y Wels, dos campos cercanos al tristemente célebre de
Mauthausen. Mas adelante lo trasladarían a Buchenwald y desde allí a
Ravensbrück.
Los testigos de Jehová desesperaban a los guardianes. Su
objeción de conciencia llegaba a unas cotas de llámenlo obstinación, heroísmo o
martirio que dejaban atónitos a los carceleros y verdugos. Miles murieron. Casi
siempre en tragedias personales marcadas por la soledad. Engleitner se negó
siempre a todo lo que supusiera asentimiento. En 1943 ya ni se insistía en que
firmara su ingreso a filas. Con haber renegado de su fe en lo que se llamaba un
«Revers» podía haber salido en libertad. Su permanente objeción, su «Yo, no»,
yo no colaboro, yo no callo, yo no asiento, yo no acepto, es el relato del
heroísmo sin épica. Rechazó todas las ofertas y estuvo a punto de morir en
Ravensbrück. Desde allí fue destinado a trabajos forzosos en la agricultura. Y
tres semanas antes de terminar la guerra lo quisieron enviar al frente, ya
dentro de Alemania. Avisado, huyó escondiéndose en un valle en los Alpes hasta
la llegada de los aliados.
Pero muchas décadas tardó este testigo de Jehová en recibir
el reconocimiento de sus compatriotas. Fue gracias a Bernhard Rammerstorfer,
quien escribió su biografía titulada «No, en vez de sí y amén » . El libró se
convirtió en película y gracias a su éxito, Engleitner pasó los últimos veinte
años de su vida dando conferencias en Austria, Alemania y Estados Unidos. Escribió
otro libro con Rammerstorfer, «Voluntad inquebrantada, el valor extraordinario
de un hombre común. Leopold Engleitner 1905».
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