lunes, 23 de febrero de 2015

SI ESPAÑA AGUANTA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  26.02.13


Unos ya han intentado derribar al Gobierno con viles artimañas de despacho. Otros buscan una tragedia en la calle

SI aguanta, España sale. Eso parece estar fuera de dudas. España ha dado grandes pasos en este último año. No todos los que debiera. Ni mucho menos. Algunos también en falso. Muchos demasiado cortos y tarde. Y quizás no del todo bien. Pero siempre en la dirección correcta. Y hay motivos para la esperanza de que, quizás no tan pronto como dice el Gobierno, pero sí en un futuro medianamente próximo, este país comienza de verdad una recuperación general. Sin duda, dicen, sí aguanta. Porque esta condición cada vez pesa más. Según se intensifican en muchos las dudas para algunos de que realmente vaya a aguantar. Y que las miserias y las peores tradiciones de España no vuelvan a convertirse en obstáculo infranqueable en su camino hacia un futuro de prosperidad y el desarrollo en libertad. El ejercicio de los últimos diez años de evocar los peores fantasmas del pasado ha tenido terribles frutos. En la pasada década no sólo se ha cumplido todo lo necesario, por acción y omisión, para dar un golpe cuasi letal a nuestra economía. También se sentaron las bases para hacer descarrilar el tren de la convivencia, de los consensos mínimos y del pacto histórico de la transición. Doce años después de las primeras llamadas a la revancha y superación del pacto constitucional por la entonces joven dirección del PSOE bajo Rodríguez Zapatero, hoy la convivencia nacional es un paisaje de escombros tan desolador como el propio partido socialista, quebrado territorial, ideológica y estructuralmente. Más de diez años de deterioro en un discurso de enfrentamiento y de odio que para los más jóvenes que acceden ahora al debate público es más de media vida. Y esa generación que no había cumplido los diez cuando la fatalidad llevó al poder a aquella secta socialista de nuevo cuño, no conocen otra cultura del debate público y la discusión política que aquella que tiene por fin aniquilar al enemigo. Sin estos años de preparación intensiva con tanta colaboración de medios e instituciones supuestamente decentes, esta sociedad no habría olvidado su mesura y madurez de décadas pasadas. No se dejaría convertir en jauría vociferante ni en las televisiones ni en las calles ni en los medios ni en las redes. No habría ese entusiasmo por la razón de la masa. Por el clamor justiciero que ignora todos los hechos que puedan importunar las ansias de aplastar al «enemigo del pueblo» que los jaleadores identifican y señalan. Surge la grotesca mueca de la masa enfervorizada y rugidora, de la horda que aplaude o abuchea como una sola bestia. Y la manipulan, dirigen y agitan unos adalides insólitos, la mayoría asidua hasta ayer en las orgías corruptas de la olla podrida de la política tradicional. Hay que acabar con la salvedad, con la discrepancia, ese es el lema. Aplastar a quien apele a la verdad o la razón contra de la satisfacción inmediata de la pasión baja del linchamiento.

Ya no está el principal peligro para el futuro de España en el abismo financiero, ni en la prima de riesgo, la falta de crecimiento económico o el paro. Está en la destrucción de la convivencia y en la plasmación en violencia y manipulación política del odio engendrado. Que fomentan no sólo quienes ideológicamente trabajan con el odio como mercancía. También quienes viven en la sociedad moderna de la agitación de los sentimientos. Con tanto sentimiento que exige satisfacción, las leyes y las reglas sólo son un estorbo. Ya buscan atajos. Unos ya han intentado derribar al Gobierno con viles artimañas de despacho. Otros buscan una tragedia en la calle para incendiarla. Veremos si España aguanta.

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