martes, 24 de febrero de 2015

EL DEBER INDECLINABLE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  07.05.13


En Múnich se juzga a lo que puede calificarse de híbrido de aquellos enemigos a que se enfrentó la justicia alemana de posguerra

COMENZÓ ayer en Múnich un juicio que muchos ya sitúan entre los grandes hitos de la historia judicial de la República Federal de Alemania. Por su potencial carga política y moral. Por su eco mediático y su repercusión social. No es decir poco en un país en el que grandes juicios han marcado profundamente la conciencia de la sociedad en sus diversas épocas. Desde los juicios de Núremberg antes de la creación de la propia república, los procesos a criminales nazis con los célebres procesos de Auschwitz en Düsseldorf que dieron un vuelco anímico a la sociedad en los sesenta, hasta los inolvidables juicios al terrorismo de izquierdas de la RAF o Baader-Meinhof en Stammheim del 75 al 77. Ahora se juzgará en Múnich a lo que puede calificarse de híbrido de aquellos enemigos de diverso signo a que se enfrentó la justicia alemana de posguerra. Nazis que actuaban como la RAF. La principal acusada es Beate Zschäpe, la única superviviente de la célula terrorista. Está acusada de participar con sus dos cómplices en los asesinatos, entre el año 2000 y 2007, de ocho comerciantes de origen turco, uno griego y una policía alemana. Esta célula, Nationalsozialistischer Untergrund (NSU) o Clandestinidad Nacionalsocialista, estaba compuesta por Zschäpe y sus dos cómplices, amigos y amantes, Uwe Böhnhardt y Uwe Mundlos. La vida de los tres es un sórdido relato de fanatismo, subcultura del odio, xenofobia y marginalidad. Pero también de larga y eficaz y siniestra vida clandestina. Para la elección de la víctima les bastaba que fuera extranjera y objetivo fácil. Murieron en su mayoría de disparos a quemarropa en sus pequeños comercios. Además, los tres perpetraron dos atentados con bomba y al menos 14 atracos para financiarse la clandestinidad durante más de diez años. Böhnhardt y Mundlos se quitaron la vida en una caravana cuando estaban rodeados por la policía después de atracar una sucursal bancaria en Eisenach. Zschäpe se entregó días después, tras incendiar la casa en Zwickau, también en el este de Alemania, donde vivían los tres.

Se juzga también una increíble concatenación de errores policiales, obstaculización entre servicios de información, rivalidad y mala fe y los terribles efectos de la trivialización de la amenaza extremista. Será un juicio largo. Desfilarán mandos responsables. Muchos han tenido que dimitir. Porque tras tantos errores se revela la falla moral de quienes no querían creer que hubiera que buscar en la escena neonazi. Y difamaron a las víctimas con teorías de ajustes de cuentas. Los neonazis tuvieron una terrible efervescencia tras la reunificación en los estados de Alemania oriental. Pero la ola se calmó y la cúpula policial creía controlado y bien infiltrado todo el submundo neonazi. No lo estaba. Se juzga por diverso grado de colaboración a cuatro colaboradores, miembros de esa escena neonazi. Nadie sabe cuántos sabían de la célula NSU. Sobre la investigación ha planeado siempre, como en los peores años de los juicios a los verdugos del régimen hitleriano, el fantasma de la protección, la sospecha de la connivencia. No sólo en Turquía, patria de la mayoría de las víctimas, se ha acusado a la Policía de encubrimiento. Es un estigma que resurge cuando la represión consecuente fracasa. Ayer se supo que había sido detenido en Aalen, en Baden Württenberg, un hombre de 93 años. Acusado de ser un guardián de Auschwitz. Se busca a otros 50 de la misma edad. Serán juzgados todos los que no mueran antes. Es el terrible bucle que revela lo imprescindible que es mantener la guardia alta ante todo principio de actitudes totalitarias. En todas partes necesario. En Alemania marcado por un deber indeclinable de la historia.

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