ABC 07.05.13
En Múnich se juzga a lo que puede calificarse de híbrido de
aquellos enemigos a que se enfrentó la justicia alemana de posguerra
COMENZÓ ayer en Múnich un juicio que muchos ya sitúan entre
los grandes hitos de la historia judicial de la República Federal de Alemania.
Por su potencial carga política y moral. Por su eco mediático y su repercusión
social. No es decir poco en un país en el que grandes juicios han marcado
profundamente la conciencia de la sociedad en sus diversas épocas. Desde los
juicios de Núremberg antes de la creación de la propia república, los procesos
a criminales nazis con los célebres procesos de Auschwitz en Düsseldorf que
dieron un vuelco anímico a la sociedad en los sesenta, hasta los inolvidables
juicios al terrorismo de izquierdas de la RAF o Baader-Meinhof en Stammheim del
75 al 77. Ahora se juzgará en Múnich a lo que puede calificarse de híbrido de
aquellos enemigos de diverso signo a que se enfrentó la justicia alemana de
posguerra. Nazis que actuaban como la RAF. La principal acusada es Beate
Zschäpe, la única superviviente de la célula terrorista. Está acusada de
participar con sus dos cómplices en los asesinatos, entre el año 2000 y 2007,
de ocho comerciantes de origen turco, uno griego y una policía alemana. Esta
célula, Nationalsozialistischer Untergrund (NSU) o Clandestinidad
Nacionalsocialista, estaba compuesta por Zschäpe y sus dos cómplices, amigos y
amantes, Uwe Böhnhardt y Uwe Mundlos. La vida de los tres es un sórdido relato
de fanatismo, subcultura del odio, xenofobia y marginalidad. Pero también de
larga y eficaz y siniestra vida clandestina. Para la elección de la víctima les
bastaba que fuera extranjera y objetivo fácil. Murieron en su mayoría de
disparos a quemarropa en sus pequeños comercios. Además, los tres perpetraron
dos atentados con bomba y al menos 14 atracos para financiarse la
clandestinidad durante más de diez años. Böhnhardt y Mundlos se quitaron la
vida en una caravana cuando estaban rodeados por la policía después de atracar
una sucursal bancaria en Eisenach. Zschäpe se entregó días después, tras
incendiar la casa en Zwickau, también en el este de Alemania, donde vivían los
tres.
Se juzga también una increíble concatenación de errores
policiales, obstaculización entre servicios de información, rivalidad y mala fe
y los terribles efectos de la trivialización de la amenaza extremista. Será un
juicio largo. Desfilarán mandos responsables. Muchos han tenido que dimitir.
Porque tras tantos errores se revela la falla moral de quienes no querían creer
que hubiera que buscar en la escena neonazi. Y difamaron a las víctimas con
teorías de ajustes de cuentas. Los neonazis tuvieron una terrible efervescencia
tras la reunificación en los estados de Alemania oriental. Pero la ola se calmó
y la cúpula policial creía controlado y bien infiltrado todo el submundo
neonazi. No lo estaba. Se juzga por diverso grado de colaboración a cuatro
colaboradores, miembros de esa escena neonazi. Nadie sabe cuántos sabían de la
célula NSU. Sobre la investigación ha planeado siempre, como en los peores años
de los juicios a los verdugos del régimen hitleriano, el fantasma de la
protección, la sospecha de la connivencia. No sólo en Turquía, patria de la
mayoría de las víctimas, se ha acusado a la Policía de encubrimiento. Es un
estigma que resurge cuando la represión consecuente fracasa. Ayer se supo que
había sido detenido en Aalen, en Baden Württenberg, un hombre de 93 años.
Acusado de ser un guardián de Auschwitz. Se busca a otros 50 de la misma edad.
Serán juzgados todos los que no mueran antes. Es el terrible bucle que revela
lo imprescindible que es mantener la guardia alta ante todo principio de
actitudes totalitarias. En todas partes necesario. En Alemania marcado por un
deber indeclinable de la historia.
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