ABC 18.05.13
La piel de leopardo étnica y religiosa que es Siria hace
imposible una intervención como la de Libia
LOS efectos de la propaganda bélica son espectaculares en
las sociedades democráticas. Las poblaciones que viven bajo regímenes
totalitarios son descreídas. En las sociedades abiertas la credulidad ante las
noticias, el impacto del horror ante el sufrimiento de unos o la conducta de
otros, mueve conciencias y estados de opinión y ánimo. Y condiciona las
conductas, la relación con el poder propio y con las fuerzas en guerra.
En los últimos días, han recorrido la red unas imágenes de
un rebelde sirio que arrancaba el corazón al cadáver de un soldado y lo mordía
ante la cámara. Fue identificado como Abu Shakar, uno de los muchos caudillos
guerreros que dirigen las facciones que luchan contra el régimen de Bashir el
Assad. El propio Shakar y su gente tomaron las imágenes y las colgaron en la
red. Otros guerrilleros, más sensibilizados en relaciones públicas, le pidieron
que lo retirara. Pero grupos afines al presidente ya disponían del vídeo. En
Occidente ha reforzado una muy extendida convicción de que los enemigos de
Assad son peores que el régimen. Se impone la simplificación de que toda la
insurrección está controlada por Al Qaida u otros yihadistas suníes. Lo que
puede que suceda pero aun no es el caso. Además, la crisis y zozobra en Europa
no permite apremios solidarios con víctimas de guerras lejanas. Ante todo,
porque nadie plantea una solución atractiva o consoladora. No la hay. El
régimen se beneficia de todo ello.
Es un hecho que Assad nunca ha comido corazones ante las
cámaras. Eso sí, si el presidente sirio se tuviera que comer los corazones de
los sirios que ha matado, aunque solo cogiéramos los corazones más tiernos,
digamos que de los niños de menos de diez años, se le acumularían como inmensa
casquería en una cámara frigorífica más grande que la Mezquita de los Omeyas.
Es cierto que la piel de leopardo étnica y religiosa que es
Siria hace imposible una intervención como la de Libia. Máxime cuando el
territorio sirio es tablero de todas las potencias de dentro y fuera de la
región. Esto se refleja en una interminable fragmentación de las fuerzas que
combaten contra un régimen que ha demostrado una inmensa solidez. Lo que se
debe sobre todo a la firmeza de sus alianzas con Irán y con Rusia. Frente a la
actitud dubitativa de Occidente que no ha sabido reconocer aliados potenciales
suficientes, Teherán se volcó en la ayuda a la represión interior. Y Rusia ha
sido clave en el rearme y ahora, con el suministro de armamento sofisticado
antiaéreo y antinaval, en la disuasión de toda intervención occidental. Los
rebeldes no lograron armarse. Los rusos hacen inviable siquiera una
intervención exterior menor. Assad está mucho mejor que hace un año. Ahora ya
flota sobre la sangre. No habrá primavera.
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