ABC 25.06.07
Diego López Garrido, aseguró ayer que «es claro que el
Gobierno español no ha tenido ningún tipo de acuerdo político con la banda
terrorista». «Jamás se va a aceptar un acuerdo político con una banda de
delincuentes y de terroristas», enfatizó. Para quienes creemos que la
inhabilitación del actual presidente del Gobierno por parte de su propio
partido sería la solución más racional y salubre para la seguridad y dignidad
nacional no resulta un consuelo ver que tiene tantos colaboradores necesarios
que, en su día y salvo desastre general, habrán de acompañarle al ostracismo
político y a la recusación. Son muchos los que, con Zapatero, se han aventurado
a movimientos y actos que los sitúan al menos con un pie allende la línea roja
que separa a los representantes del Estado de los enemigos declarados del
mismo. Lo peor no es que muchos consideremos más verosímil a Gara que a
Zapatero o López Garrido. Lo peor es que ellos se han obligado a mentir
mientras los asesinos han sido elevados a una posición en la que las verdades
les benefician. Y la culpa la tiene quien quiso hacer causa común con el
asesino para beneficio propio. Y es su caso, señor presidente.
En realidad, ante la magnitud del desastre generado por el
aventurerismo del presidente durante toda la legislatura y la gravedad de las
consecuencias que tendrá para la seguridad de la sociedad española, su
democracia y, en definitiva, sobre la vida de los españoles, apenas es un
insignificante daño colateral la demoledora pérdida de credibilidad personal y
dignidad política de esos pobres miembros de la dirección socialista que se ven
arrastrados, cautivos de las mentiras de su jefe, a hundirse como en una triste
ópera de patética solidaridad obligada, en el pozo negro de una aventura que ya
solo iluminados, insensatos o bien pagados pueden creer vaya a tener éxito. El
fracaso general de la legislatura, el ridículo internacional de Zapatero allá
donde aparezca fuera de nuestras fronteras y sus muy lógicos miedos a que,
dentro de las mismas se le exijan pronto responsabilidades -como decía el
director de este periódico ayer, puede que no solo políticas- por los daños
causados, han puesto a todo el entorno del Gran Timonel en estado de excepción,
alarma o histeria. Por unos días al menos, veremos cómo todos los esfuerzos por
desacreditar a quienes advertían contra la temeridad dolosa de Zapatero se han
vuelto hacia actitudes defensivas.
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