Por HERMANN TERTSCH
ABC 11.12.12.
Los únicos gritos que se escuchan son los del miedo al
cambio, de defensa de lo obsoleto o imposible. Hay miedo.
AUNQUE hablemos de ellos. Podríamos hablar de nuestra
democracia. Llevamos el mismo camino. Si no modificamos rumbo estaremos allí, a
no mucho tardar. Y no lo hacemos, pese a la amenaza tan evidente. No lo hacemos
por egoísmo miope de nuestros gobernantes, por ese pensamiento débil que todo
lo sofoca o por pura cobardía. O por las tres cosas a la vez. Hecho capital es
la abolición de la responsabilidad y de la ley. Cuando se deja de obedecer a la
ley se obedece al dinero o al poderoso o al más fuerte y matón. Y las gentes
callan por miedo cuando no se aplica la ley. Callan los intimidados por bandas
de sindicalistas en las huelgas y callan los temerosos de represalias del
nacionalismo oficial en Cataluña o el País Vasco. Callan quienes ven que los
corruptos medran y los ciudadanos honrados son sometidos a política
confiscatoria por el Gobierno. Y callan quienes queriendo defender una política
de principios, ven cómo el poder sólo se dedica a administrarse a sí mismo y
olvida principios, objetivos y promesas. La democracia se muere cuando se deja
de aplicar la ley. Los enemigos de la democracia se mueven mucho mejor sin ella
que los demócratas leales a la Constitución. Hablamos de los arrabales de
Europa, en donde nos metió de golpe un presidente socialista de pensamiento
putrefacto que acabó por podrirlo todo. Todo, parece que hasta la voluntad y la
capacidad de reacción de su sucesor. Es aterrador que todo lo que se ve en
Rumanía, un país con la democracia podrida, ya puede imaginarse en España. Se
han celebrado allí elecciones este pasado domingo y los resultados son
devastadores. Para el sentido común y la ética. Casi no podía ser de otra
forma. Podían haber sido otros, pero difícilmente mejores. Casi era
indiferente. Tanto, que seis de cada diez rumanos se quedaron en casa. El
ganador por mayoría absoluta ha sacado algo más de la mitad de ese 41% que fue
a votar, es decir el 20% del censo. Se llama Victor Ponta y es un demagogo
izquierdista y estafador que falsificó sus diplomas, su doctorado y casi todo
lo demás. Quiere acabar del todo con la división de poderes. Y parece que lo
logrará. Su partido, pero también los conservadores y demás, reúne
parlamentarios con antecedentes penales y procesos abiertos para llenar
archivos policiales. Una ciénaga, pero quizás solo diferente a la catalana por
la impunidad que demuestra ésta. Los españoles no podemos reírnos ya de estas
apariciones tan siniestras en los rincones de Europa que, al fin y al cabo,
fueron siervos del imperio otomano en los que la dignidad del vasallo no
existía. Pero hoy, España, la otrora orgullosa nación más antigua de Europa,
puede ya codearse en la sórdida espelunca con ellos. Nos llevan ventaja,
cierto. Pero nos acercamos. A los corruptos los tenemos y a los totalitarios
también. A los delincuentes económicos y a los ideológicos, que son los que
quieren aplastar o aterrorizar al prójimo y al discrepante. Son los que quieren
sembrar el miedo. Están en ofensiva todas las fuerzas totalitarias, la
corrupción es una de ellas, siempre aliada a las demás. Y la mayoría de los
españoles, frente a la procacidad del delito y los abusos totalitarios, calla.
Los únicos gritos que se escuchan son los del miedo al cambio, de defensa de lo
obsoleto o imposible. Hay miedo. Al futuro y al matón. Y el Gobierno, lejos de
dar ejemplo de coraje y demostrar con política que tiene razón, que puede dar
el golpe de timón liberador que nos saque del camino de la podredumbre, se
esconde agazapado como un ratón.
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