ABC 19.02.13
Margallo se pone muy solemne, como ayer y anteriores
ocasiones. Puede que se enfade dos días
EL presidente boliviano Evo Morales es un hombre al que nos
gusta tratar bien aquí en España. Como a tantos. Aquí en realidad sólo nos
tratamos mal entre nosotros. Zapatero lo recibía como a bondadoso indio torpe
al que había que ayudar a hacer «socialismo del siglo XXI». Como a tanto
misionero. Tanto él, como Hugo Chávez, Rafael Correa o Cristina Fernández
sabían que tenían en Madrid a un gobierno muy comprensivo que compartía en
general con ellos la opinión de que las empresas españolas son maquinarias de
explotación que tarde o temprano hay que liquidar. Aunque por cuestiones de
educación, por los accionistas españoles más que nada, no se decía todo ello
muy alto. Después, Mariano Rajoy ha hecho exactamente lo mismo. No sólo aquí.
El presidente Rajoy ha logrado una transición tan perfecta desde el gobierno
socialista al suyo que a veces es imperceptible. No voy a hablar de la grotesca
situación de RTVE, donde la maquinaria propagandística socialista gamberrea con
unos jefes desasistidos y les cuela el más puro agit-propizquierdista,
cuando no antisistema. Y que permite que esa agitación y la batería de insultos
contra los votantes del PP en los premios Goya las dirija una bufona sectaria
con todo el pringue ideológico del zapaterismo.
Podríamos hablar de Cuba, donde la vergonzosa complicidad de
Zapatero y Moratinos con el régimen ha tenido una continuidad de bochorno.
Acentuada tras el episodio de la muerte de Oswaldo Payá, que la dictadura
cubana convirtió en un «caso Carromero». Cierto que con la miserable
colaboración de sectores de la opinión pública española siempre volcada a
defender a los verdugos y al tirano en La Habana. Las ilusiones de conseguir
una diplomacia que de nuevo defendiera los intereses y los principios de España
en el exterior se han desvanecido. Y la dejación nos han granjeado una imagen
de debilidad y vulnerabilidad que es real y todos ellos aprovechan. Desde
Kirchner a Morales, de Correa a Chávez, que lleva ya una década robando a los
propietarios españoles en Venezuela. Sin que suceda nada. Eso sí, el Gobierno
proclama sin cesar su respeto y amistad imperecedera con el ladrón. Ahora el
presidente boliviano ha decidido quedarse con otra propiedad española. Ha
expropiado la empresa Sabsa, filial de las españolas Abertis y Aena . El
Ejército ha asaltado sus instalaciones en los tres aeropuertos del país. Cuando
vuelva por España Morales, le espera un gran abrazo. Y apenas se hablará de lo
incómodo. Como sucedió con las otras empresas nacionalizadas. En mayo de 2012 le
tocó a Transportadora de Electricidad, filial de Red Eléctrica. En diciembre a
las cuatro empresas filiales de Iberdrola. Y no pasa nada.
Nuestro ministro Margallo se pone muy solemne, como ayer y
anteriores ocasiones. Puede que se enfade dos días. Como en la grotesca
operación contra Repsol en Argentina. Una clara ruptura con lo peor de la carga
ideológica socialista en la política española habría reconciliado a los
votantes con su Gobierno. Al que se habría perdonado el incumplimiento en la
economía por fuerza mayor. Pero la continuidad tiene efectos devastadores. Como
en Interior donde gente de Rubalcaba controla las tuberías igual que en RTVE. Y
manda más que en el propio PSOE. O en ayudas a medios hostiles que, sin la mano
benéfica de Rajoy estarían quebradas, como Prisa o la Sexta. Siempre mimando al
enemigo. Está claro que este Gobierno solo se atreve a maltratar a sus propios
votantes. Y ayuda -desde un perverso síndrome no sé cómo de escandinavo- a
todos los matones que, de dentro o fuera, aprovechan la dejación y el miedo
pánico al conflicto para mantener su permanente y rentable extorsión a España.
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