Por HERMANN TERTSCH
ABC 17.07.12
Dos actos para la historia. La diferencia entre ambos revela
lo mal que nos entendemos y lo confundidos que estamos
FUE todo un año de celebraciones magníficas en Viena. Desde
años antes se habían preparado publicaciones, ciclos de conferencias, actos
populares y oficiales, religiosos, históricos, divulgativos. Se emitieron
sellos y libros espléndidos. Y sobre todo se celebró aquella magna exposición. Die Türkenbelagerung Wiens. 300
Jahre Entsatz. 1683. El asedio turco de Viena. Durante meses fueron muchos
centenares de miles los visitantes. Hace treinta años de aquello. Yo vivía
allí. Los cafés vieneses se unieron en una gran iniciativa, con enorme éxito,
de celebrar con actos literarios y musicales el hecho de que los turcos, aunque
movidos por otros motivos, llevaran el café hasta Viena. Jan Sobieski, el Rey
polaco que dirigía las tropas de diversas naciones cristianas que liberaron
Viena, recibió numerosos homenajes. Y allí estuvo también el Papa Juan Pablo II
en Viena para homenajear a su compatriota Sobieski y bendecir un monumento al
rey polaco donado por los obispos austriacos. Se restauraron iglesias y
monumentos para actos conmemorativos. La parte oficial fue preparada por el gobierno
del legendario canciller socialista Bruno Kreisky. Aunque al final los
presidiera su sucesor Fred Sinowatz.
No por casualidad me ha venido a la cabeza todo aquel año
mío de 1983 en Viena bajo el signo permanente del 300 aniversario del asedio
turco. Lo recordé mientras me contaba el alcalde de la Carolina, Francisco
Gallarín, su decepción por tantas dificultades en la organización de los actos
conmemorativos del 800 centenario de un acontecimiento al menos tan importante
como aquella gran gesta de las tropas cristianas a las puertas de Viena. Esta
gran batalla campal en las tierras de Las Navas de Tolosa el 16 de julio de
1212 a las puertas de Andalucía en Despeñaperros tuvo muy similar significado
para Europa y su futuro. Cuatro siglos antes. Cortó también los avances de una
nueva ofensiva de fuerzas ocupantes del islam hacia el continente. Lo derrotó,
batió en retirada y finalmente logró su expulsión. Si esas batallas hubieran
terminado de forma distinta nuestro mundo sería hoy otro. Un grupo de entusiastas
en torno al alcalde de la Carolina -que lo es de Navas de Tolosa-, pero también
de Juan Caminero, alcalde de Santa Elena, escenario de gran parte de la
batalla, han luchado por una digna conmemoración. Y digna ha sido por su
esfuerzo. Porque encontraron algún alma comprensiva en el Ministerio de
Defensa. Y porque a última hora el Gobierno reaccionó y decidió enviar a un
ministro, el de Exteriores, García-Margallo. Que pronunció ayer el discurso que
tantos allí y no sólo allí querían oír. Habló el ministro de la idea de España
presente en los reyes cristianos combatientes como ya lo había estado en los
reinos visigodos. Y de la obsesión ideológica de tantos por negar, devaluar o
despreciar esta idea de España. Una pena ha sido que la Casa Real creyera en su
día suficiente una carta de cuatro frías líneas de su jefe Spottorno para
descartar toda participación de cualquier miembro en los actos. De la Junta de
Andalucía, con su doctrina de la Alianza de las Civilizaciones, con su milonga
del Al-Andalus tolerante y su fobia anticristiana, no había nada que esperar.
Hasta hace un par de semanas estaban convencidos por todo ello los alcaldes que
aquello no pasaría de un acto de pueblo. Con cierta solemnidad para inaugurar
un monumento a la batalla en La Carolina. No se resignaron y algo han
conseguido. Pero nada justifica la distancia entre Viena y Despeñaperros. Dos
actos para la historia. La diferencia entre ambos revela lo mal que nos
entendemos, lo poco que nos queremos y lo confundidos que estamos al negarnos
el respeto.
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